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«No se puede convivir con el virus SARS-CoV-2: lo que hay que hacer es suprimirlo de raíz. Por tanto, un solo caso es demasiado». Eso decían un 9 de febrero, Ilona Kickbusch, directora del Instituto de Salud Global de Ginebra, y Maximilian Mayer, de la Universidad de Bonn.

Si alguien quiere conocer un ejemplo de ello, éste es Melbourne, la ciudad australiana. El camino hacia la normalidad tuvo cuatro fases:

1) confinamiento duro para lograr una incidencia de infección inferior a diez casos por 100.000 habitantes a la semana

2) extremar las medidas para alcanzar un nivel de cinco casos por 100.000 habitantes

3) objetivo cero y

4) declaración de zona libre de COVID.

A estas alturas, no sólo Melbourne, sino toda Australia están en muy buenas condiciones. El 17 de febrero se registró un solo caso en todo el país, y en los siete días anteriores, una media de cinco. Las imágenes del Open de Australia, primero con público, y luego sin espectadores durante tres días, cuando se detectaron tres casos, puede ser un espejo en el que fijarse. Mientras tanto, hablar de España, con la diversidad de medidas seguidas por las diferentes comunidades, con resultados muy diferentes, es la prueba de que así no vamos a conseguir un COVID-cero en mucho tiempo.

¿Cuáles son las medidas para favorecer el descenso de casos?

Sin duda, medidas duras, con un eficaz sistema de aislamiento y una gestión rápida de los rebrotes si se producen nuevos contagios; su cumplimiento es clave para alcanzar el nivel cero de COVID-19. La COVID cero se basa en una actuación preventiva de vigilancia epidemiológica básica:

- la búsqueda de casos sospechosos con un seguimiento exhaustivo

- el testeo masivo

- la identificación de los contactos con seguimiento y apoyo, y

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- el aislamiento acompañado de un gran gasto en ayudas sociales y empresariales.

Los confinamientos sólo se utilizan cuando hay pocos casos para poder recuperar la gestión de los brotes y siempre de forma dirigida.

La COVID cero es epidemiología clásica: pones el foco en la transmisión para reducir los daños de una enfermedad que es prevenible. Una actuación opuesta a la europea, que sólo plantea los confinamientos una vez la epidemia se ha descontrolado.

1. ¿Objetivo imposible? En Nueva Zelanda, desde el 13 de mayo hasta el 12 de agosto prácticamente no tuvieron ningún caso, pero a mediados de agosto surgieron nuevos casos. El hecho demuestra, que "si bien es posible aplanar la curva, llegar al Covid cero es más difícil". Eliminar el virus a gran parte del mundo, aunque no sea impensable, puede tardar muchos años. Lo cierto, sin embargo, es que hay países, y no precisamente del mundo desarrollado, que han combatido de forma muy eficiente la pandemia.

2. ¿Un año largo después del estallido de la pandemia, con un agotamiento psicológico y físico evidente de la población, con un destrozo económica mucho más grave que la de 2008, es posible hacer realidad esta política, en Baleares? El virus parece que no desaparecerá y la población deberá aprender a convivir con él. Y para contener la curva, las autoridades van a golpe de restricciones yoyó: cuando se controla la propagación, se relajan las medidas, y cuando repuntan los indicadores, se endurecen de nuevo. Algunos países asiáticos como Corea del Sur, Taiwán o China, pero también Australia y Nueva Zelanda, han implementado un plan mucho más drástico pero eficaz: aplicar restricciones muy duras en un período de tiempo breve y bajar los casos a niveles residuales para alcanzar eliminar el virus. Todos estos países siguen una estrategia COVID cero.

La COVID cero es una estrategia radicalmente diferente de la que se sigue en Baleares y España, pero también en el resto de Europa. Se ve el contagio como algo inevitable y se toman medidas de contención, que no de eliminación. El objetivo no es hacer desaparecer el virus sino allanar la curva para evitar sobrecargar los hospitales. Así España y en ella, Baleares, cronifican la transmisión del virus y generan medidas de escalada y desescalada de restricciones, como el toque de queda y la prohibición de salir de su municipio o de su CCAA, que deberían ser excepcionales.

Los efectos de la estrategia que llevan a cabo tanto España y Baleares son importantes, diría que graves:

- Se mantiene un goteo elevado de mortalidad

- Los casos en las UCI se disparan y no hay tiempo material para reducirlos antes de una nueva ola

- Además, en el caso de Baleares y España, no se dan suficientes ayudas económicas ni se garantiza a todos una baja laboral en caso de positivo o contacto, lo que amplifica las desigualdades sociales y perpetúa la crisis.

Y cuanto más circula el virus más muta y más riesgo hay que nazcan nuevas variantes.

Los países que desarrollan la COVID cero, eminentemente asiáticos, aunque no solo, ya tenían experiencias previas con otras epidemias y han tenido siempre presente la importancia de reducir a cero las infecciones para evitar todo este agravio. Y vemos que el resultado es sorprendente: la tasa de mortalidad media en Europa y Estados Unidos es mucho más elevada que en los países con COVID cero. Y la caída del PIB es casi cuatro veces superior en Occidente. Es evidente que hay países que lo han hecho mejor y los tenemos que mirar para aprender., cómo Australia o China, Vietnam o Uruguay, Tailandia o Islandia.

Una estrategia COVID-cero requiere un compromiso político firme para garantizar el apoyo económico a los afectados por las medidas y por las cuarentenas, y un sistema de vigilancia sólido, con un equipo amplio de rastreadores bien formados. Ni en Baleares ni en España se dan suficientes ayudas ni hay todavía una estructura de Salud Pública formada en vigilancia y que conozca la comunidad. Pero el cambio es imperativo. La COVID es la primera pandemia del siglo, sin embargo, no será la última y hay que estar preparados.