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Cuando Antònia Pou entró en la habitación 205 del Hospital Sant Joan de Déu para ver a su padre, lo primero que dijo fue: «Papá, te he echado de menos».

Pedro, de 87 años, le contestó: «Yo sí que te he echado de menos. Pero ya me voy, Antònia. Estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí. Dale un beso todos, y a mis hermanos».

Pedro falleció el día 30 de septiembre de 2020 por coronavirus, cinco días después de esta conversación entre padre e hija. Antònia, de 60 años, tiene esas palabras grabadas en su memoria. Él era todo para ella. Él era «mi papá». Algo especial, recuerda.

A Joana Maria Quetglas, de 59 años, una sanitaria le dio un fuerte abrazo que le llegó al alma. Solo recuerda que tenía un tatuaje en el brazo derecho y que esta escena ocurrió en la tercera planta del Hospital Son Llàtzer un 31 de marzo de 2020. Su padre acababa de fallecer por COVID-19. Envuelta en un traje blanco que por aquel entonces la palabra EPI parecía extraña, Joana observaba con desconcierto a su padre desde el cristal. «Tenía una barba que no parecía él», describe. La visita duró dos minutos.

El camino del luto tras perder a un ser querido por coronavirus se ha agrietado todavía más por la soledad y la frialdad que no solo ha acompañado a los fallecidos sino a los propios familiares. Detrás de cada historia aparece el Equipo de Atención Psicosocial (EAPS). Son la manos que cogen los pacientes con una enfermedad grave y son el hombro en el que se apoyan las familias para afrontar el duelo.

El ‘bicho’ llegó

La entrevista con Joana Maria se realizó el 4 de febrero. El día estaba nublado y ella posaba de espaldas mientras observaba Cala Gamba desde el balcón. «Mi padre era de esas personas que decían que este ‘bicho’ estaba muy lejos y no llegaría a Mallorca».
Joana Maria cuenta que un comportamiento extraño en su padre, Xisco Quetglas, encendió la alarma en casa el día 16 de marzo. Habían pasado apenas dos días desde que se decretara el Estado de Alarma en todo el país. «Papá empezó a decir que la comida era mala. Yo, una vez llegué a mi casa, empecé a toser. Decidí autoconfinarme porque no sabía qué me pasaba. Al día siguiente, me informaron de que papá cayó. Mamá apretó el botón de teleasistencia de Cruz Roja y se lo llevaron al hospital».

Al día siguiente, ingresó su madre en la misma habitación. Pero a Xisco le salió la PCR positiva y lo trasladaron a otra planta del Hospital Son Llàtzer. Maria Aina, mientras, estuvo ingresada en Sant Joan de Déu y no saldría hasta mediados de abril. «Mi padre era de los que decían que el virus no lo tendría: ‘No me pasará’. Pues mi padre duró 10 días».
Todo pasó fugaz. Era el primer mes de un virus desconocido y Joana Maria lidió con esta desgracia en soledad. «No le deseo a nadie lo que he vivido. Ha sido el peor año de mi vida». Se seca las lágrimas al recordar a su padre, respira unos minutos a pesar de la mascarilla. Cada noche mira el firmamento. «Papá es la estrella que ilumina el cielo». Cuenta que mientras intentaba asimilar la pérdida, hacía videollamadas con su madre poniendo su mejor cara. Luego se derrumbaba. Al salir Maria Aina del hospital, preguntó por Xisco. «On és en Xisco? Xisco!». Maria Aina tiene un deterioro cognitivo pero sabía que su marido fue ingresado casi a la par que ella. Su hija asegura que fue duro el proceso de adaptación de su madre y saber que Xisco ya no estaba.

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El adiós

Pedro Pou era un amante de los caballos, el café y la buena vida. Renació tres veces «porque Sant Pere no lo quería en el cielo», broma Antònia, su única fija. «Echo de menos a mi padre, pero a mi padre de antes. Ha sido más fácil afrontar su muerte porque yo sabía que él se quería morir. Así como estaba, no quería vivir. Creo que allí donde está, está bien».

Pedro ingresó el 25 de julio en Sant Joan de Déu derivado de Son Llàtzer. Tenía problemas puntuales, no se encontraba bien. Su mujer, Isabel, que tanto le iba a ver, tuvo que ingresar el 15 de septiembre porque dio positivo en coronavirus. «Cuando recibí la llamada de que mi madre tenía el virus vine al hospital y les dije a las enfermeras ‘niñas, no os acerquéis. Mi madre tiene coronavirus. Enseguida hicieron la prueba a mi padre y, claro, también lo tenía». Lo primero que pensó Antònia es que no podía rendirse. Ella es una mujer fuerte a pesar de todas las emociones vividas hace menos de un año.

A los 15 días, recibió la llamada del doctor. «Tengo una mala noticia», le dijo el médico. Era 30 de septiembre. Su padre había fallecido. Antònia ahora está tranquila, serena. Pudo despedirse de él cinco días antes y verle unas cuantas veces. A todo esto, añade otro momento infernal: «En el funeral de mi padre me sonó el teléfono porque a mi madre le daban el alta. Tuve que fingir que todo iba bien, pero es que estaba en el funeral de mi padre». Pero asegura que su madre Isabel ya se esperaba, de algún modo, «que las noticias eran malas». Antònia dice que «solo ponen pruebas en el camino que una puede superar. Yo no podía caerme».

Raquel Rodríguez y Pilar Moyà son dos de las psicólogas del Equipo de Atención Psicosocial de Sant Joan de Déu que han acompañado a estas mujeres en su duelo. Las entrevistadas mencionan la excelencia de las especialistas y el calor recibido durante tanto sufrimiento. Raquel ayudó a reforzar los recursos que Antònia tenía para afrontar la situación. Pilar preparó a Joana Maria cuando su madre le pidiera por el padre.

Las circunstancias las llevaron por duelos diferentes. Mientras Antònia tuvo la suerte de tocar la mano a su padre, a Joana le pilló la noticia en el inicio del estado de alarma. Pero el dolor las golpeó de forma inesperada. «Que no se rían de esto, que se cuiden. No es lo mismo que se muera un vecino a que se mueran en tu casa», lamenta Antònia.
Joana Maria no pudo saber la voluntad de su padre, de si quería ser enterrado o incinerado. Mira al suelo y vuelve a decir entre lágrimas: «Mañana mi padre hubiera cumplido 89 años».

Acompañar a las personas en el final

La crisis de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de un acompañamiento íntegro y humano a aquellas personas que se encuentran en el final de la vida. El programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundació ‘la Caixa’ nació en 2009 como un programa pionero en atención emocional y espiritual. En el Hospital Sant Joan de Déu, 802 pacientes y 1.075 familias han sido atendidas por el Equipo de Atención Psicosocial (EAPS) en 2020 y 5.889 pacientes y 8.472 familias acompañadas desde el inicio de este proyecto. Desde la Fundació aseguran que el 2020 ha sido el año más intenso para estos profesionales.