Pilar Costa en la toma de posesión de los nuevos consellers. | Teresa Ayuga

TW
3

Un día en la redacción de mi periódico, a última hora de la noche vimos que a alguien se le había olvidado rellenar un hueco en una página sin importancia. Entonces el redactor jefe de guardia cogió de la carpeta de un colega una determinada noticia aún no publicada, la repasó, la ajustó, y problema solucionado. Se trataba de una noticia que probablemente unos días después habría aparecido destacada en una página importante pero que en esa emergencia sirvió para tapar un hueco.

A la mañana siguiente, el director, muerto de risa, me contaba que un afectado por esa noticia le acababa de llamar para decirle que «ahora veo perfectamente los intereses que os mueven, sé además quien influyó para que esa noticia fuera escondida; os he descubierto». ¡Si supiera realmente por qué esa noticia fue en esa página y tan mal presentada!

Apenas se supo que Francina Armengol remodelaba el gobierno, aparecimos los analistas, haciendo lecturas socio-políticas de los cambios, para adivinar si vamos hacia un Govern más técnico, más izquierdista, más feminista o más místico. O lo contrario, que también hubiera colado. A mí estos análisis me dan risa, incluso cuando aciertan porque si dan en el clavo es por pura casualidad. Como cuando un lector desinformado adivina por qué una noticia ha ido donde está.

Yo no tengo ni idea de por qué Armengol cambió el equipo. Pero sí sé que en esa decisión pueden estar influyendo incontables factores. Sólo ella sabe con precisión qué la ha movido. A los demás nos queda regirnos por lo que vemos, no por lo que se pretendió, que está más allá de nuestro alcance.

Nadie nos ha contado si Armengol quiere consellers serviles, que le aplaudan hasta los chistes sin gracia, que la adulen sin restricciones o, por el contrario los prefiere autónomos, con criterio, capaces de tener su propia agenda, que la puedan contradecir; no sabemos si busca buenos gestores que resuelvan problemas de los ciudadanos o si prefiere captadores de votos para la causa del partido; no estamos al tanto de si se pone celosa de los éxitos de otros y quiere acaparar toda la imagen o si le gusta dar juego.

Normalmente, los presidentes de los gobiernos se rigen por estos parámetros: los cesaristas quieren consellers idiotas que actúen como ejecutores acríticos de sus órdenes; los sectarios de partido buscan agentes electorales a los que las instituciones públicas hacen la publicidad; los narcisistas desean dar hasta la información del estado de las carreteras.

Para mí, en los gobiernos de andar por casa como es el caso, estos estados de humor son las únicas variables a considerar a la hora de interpretar un cambio de gobierno; lo único que tiene relevancia y lo único de lo cual los periodistas no tenemos ni la más remota idea. Pero todos decimos la nuestra, porque eso es lo que se espera en un día como el del cambio de gobierno.

Hay un dato que alguien ha mencionado y que sí me parece cierto: Josep Marí Ribas ‘Agustinet’, el alcalde de Sant Josep, ha sido elevado a conseller como plataforma para ser el futuro candidato socialista al Consell de Ibiza. Rafael Ruiz, el alcalde de Vila, lo confirmaba en una entrevista del fin de semana en la que decía que «sería un buen candidato». O sea como Illa en Sanidad: da igual lo que vaya a hacer o deje de hacer, lo han nombrado para lanzarlo, para que tenga publicidad gratis a costa de las instituciones.

¿Por qué Armengol echó a Pilar Costa?. Francamente, no tengo ni idea. Pero la echó. Eso es indudable. A la calle. Todos los políticos saben que el Parlament, la portavocía y el grupo son asuntos de segunda; equivale a irse a la calle. Es el ostracismo. El Parlament sólo es un premio para los que vienen de la nada, o como Balti, de la carpintería. Pero para quienes tienen poder como Costa es un castigo.

Para que vean hasta qué punto los periodistas no nos enteramos de nada: yo recuerdo un presidente del Govern a quien en una reunión de unas cincuenta personas un conseller le interrumpió y, con corrección, le corrigió. Desde ese momento y durante los siguientes cuatro o cinco meses, ese conseller no contó para nada, no fue llamado, no le sonó el móvil. Al quinto mes fue cesado. Según los analistas, porque el presidente quería dar un giro hacia no sé muy bien donde. Según la realidad, porque alguien había osado interrumpir al mandamás cuando este no estaba para interrupciones. ¡Dios nos libre! Peor aún fue el cese el mismo día de un segundo conseller, que cayó «para que nadie piense que sólo me quería cargar a uno».