Vacunas de AstraZeneca. | DGA/Luis Correas

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Si la gestión de la pandemia del coronavirus en Europa fue errática, en todo caso muy alejada de la que llevaron a cabo países como Australia o Nueva Zelanda, incapaz de coordinar nada, plagada de incoherencias, la de la compra de vacunas es tan mala que hasta ha indignado a la prensa leal.

Los datos: los 27 países de la Unión Europa acordaron en junio de 2020 que la Comisión comprara las vacunas. Por entonces, Estados Unidos ya hacía un mes que había adquirido 300 millones de vacunas a AstraZeneca. En julio, el laboratorio alemán BioNTech le ofrece a Europa su vacuna, pero esta la rechaza por cara. BioNTech termina asociándose con Pfizer, probablemente al temer por sus contratos. No es hasta el 11 de noviembre que la Comisión le compra las primeras vacunas, y el 8 de enero hace el segundo pedido. Para entonces, Estados Unidos y Reino Unido se habían asegurado el suministro (el 22 y el 20 de julio). La Comisión también compra la vacuna de Moderna bastante después que Reino Unido y Estados Unidos.

Extrañamente, la Agencia Europea del Medicamento aprueba la vacuna de BioNTech tres semanas después que los otros países. La Agencia Europea, de forma insólita, cierra con llave sus oficinas centrales de Amsterdam entre el 23 de diciembre y el 4 de enero, como si no hubiera una urgencia en medio.

El viernes 29 de enero, un mes más tarde que Reino Unido, la Agencia aprueba por unanimidad, y explícitamente para todas las edades, la vacuna de AstraZeneca. Ese mismo día, el presidente francés Emmanuel Macron declara en París que esta vacuna «es inefectiva para los mayores de 65 años». Después, varios países, entre ellos España, contradicen el dictamen de la Agencia Europea, que es la máxima autoridad en estos asuntos y restringen su utilización para los mayores.

La Comisión Europea, el 29 de enero, aprueba que toda vacuna que salga de un país europeo tenga que pedir autorización al gobierno local. Las vacunas de Moderna y las de AstraZeneca se envasan en España, por lo que es nuestro gobierno el que podría haber bloqueado su exportación. Sin embargo, permitimos que las vacunas salgan de España al mundo, criticamos a AstraZeneca por ello, decimos que sus vacunas no sirven para los mayores, pero al tiempo la autorizamos como adecuada. Y los nuestros, sin vacunar.

No olviden un detalle: la vacuna de Sanofi, francesa, fracasó. Europa había confiado en ella. En Francia, el debate social está centrado en su fracaso científico –si es que lo e.

En medio de esta situación, varios países, empezando por Alemania, han comprado vacunas al margen de la Unión. Le han seguido Hungría, Croacia y hay otros que dicen estar a punto de hacerlo. Ángela Merkel, que formalmente sólo es la líder de Alemania, se reúne con los laboratorios para aclarar las cosas, saltándose a la Comisión.

¿Cómo es posible que una potencia como Europa protagonice tal chapuza? ¿Por qué no hay una reacción política ante este caos?

Esto ocurre porque Europa no es una democracia. Estos asuntos deberían ser discutidos en el Parlamento Europeo que, como sabemos, no sirve para nada. Von der Leyen no tiene legitimidad alguna porque no la votamos. Nunca acudió a las urnas. Le debe su puesto a Merkel, a quien tampoco votamos. Ella no puede responder por unos comisarios, los que forman su equipo, a quienes no elige. Es tan escandaloso el reparto de poder en Europa, que para que nadie se quede sin comer, conservadores y socialistas se reparten las comisarías. Y no por capacidad o competencia, sino por países, a propuesta de los gobiernos. ¿Pero qué clase de gobierno puede ser ese? Tampoco nadie votó al presidente del Consejo Europeo, Charles Michael, que es el resultado de un trapicheo entre Merkel y Macron.

El político izquierdista griego Yanis Varoufakis ha contado cómo, cuando era ministro, su único papel en Europa era firmar lo que ya estaba pactado entre dos de los países que dominan el continente, sin ningún escrutinio democrático, sin ningún control parlamentario, sin ningún papel para los países pequeños y medianos.

De aquellos polvos, estos lodos. Porque hemos construido en Bruselas una estructura burocrática opaca, ineficaz, que se protege ferozmente de los riesgos que puedan afectar sus privilegios, aislada del mundo.

Lo que ha ocurrido con las vacunas es un ejemplo, pero su impotencia ante Trump, Biden, Rusia, China y hasta Venezuela son indicadores de lo que es hoy Europa: un continente a la deriva.