Momento de la manifestación de este martes ante el Consolat. | Jaume Morey

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Este martes pasado, unos mil ciudadanos protestaron en Palma contra el Govern balear, primero ante el Consolat de Mar, después por Jaime III y finalmente en la plaza de España. La protesta había sido prohibida por la Delegación del Gobierno tras solicitar un informe a la Dirección de Sanidad del Govern, preguntándole si desde el punto de vista de la salud pública, se podía autorizar.

Los especialistas dictaminaron que era un peligro por lo que se prohibió. Hasta ahí, en la teoría todo se hizo como toca, como corresponde a un buen gobierno. Yo no me engaño y pienso que es posible que la Dirección de Sanidad preguntara a la Delegación del Gobierno qué quería que pusiera el informe. Pero eso es el resultado de mi pérfida imaginación. Formalmente, dictaminó que era peligroso, lo cual por otro lado es muy probable habida cuenta de la situación de la epidemia en Baleares. Sin embargo, el martes, en contra de la decisión de la autoridad, hubo manifestación. Y allí no apareció la policía, nadie informó de que se estaba violando la Ley, de que aquello era peligroso para la salud y, en definitiva, el poder no aplicó la Ley mediante la coerción. Ayer, la prensa decía que se había abierto un expediente administrativo por el incumplimiento.

Vean pues: tenemos un procedimiento, dictaminamos que aquella protesta es peligrosa para la salud, la prohibimos, pero se realiza y no pasa nada. Nada, porque un expediente administrativo es nada.

Esta es la forma de gobernar contemporánea, balear, española y europea: legislamos bien, decidimos bien, pero aplicamos sólo un poquito, sólo si no molestamos a nadie, sólo si nadie tiene inconveniente. Esto, que es lo que habitualmente se llama tener talante, es incompatible con el virus. Los virus no discriminan: tanto les da contagiar en un bar como en una manifestación, antes de las once o después, a un ‘progre’ o a un ‘carca’.

Yo creo que en Baleares hemos planeado muy bien qué hacer contra el virus: rastreos, confinamientos, cribados, cierres de fronteras. Son las medidas que han aplicado en Extremo Oriente con un éxito envidiable. Pero aquí las hemos aplicado sólo un poquito.

Por ejemplo, aquello del rastreo, llamando a los que habían tenido contacto con un afectado por el virus, lo hicimos hasta que nos cansamos. Hay gente que no se pone al teléfono, que se molesta, o sea que lo dejamos. Acompañamos este rastreo con una app, porque aquí somos tecnológicos, pero tampoco insistimos demasiado porque da un poco de pereza exigir.

Después hicimos los confinamientos: todo un barrio quedaba aislado, donde nadie podía entrar o salir. Pero claro, había que poner excepciones porque no se puede cabrear a la gente: se exceptúan a los que van a las escuelas, a los que van a comprar, a los que salen a trabajar, a los que no tienen más remedio que pasar por ese barrio porque es el trayecto más corto, a los que entran o salen a reparar algo, a los que reparten, a los que recogen, a los que salen a dar un paseo, a los que entran a visitar a alguien. ¿Entienden por qué en China o en Corea los confinamientos han ido bien y aquí, no?

Después vinieron los cribados. Esto sí que nos tenía que ir bien porque, imagínense, si cribamos todo un barrio, la gente se va a sentir tranquila de que la vida pública es segura. Lo han hecho en mil lugares por el mundo y les ha ido maravillosamente. Aquí, valientes, nos atrevemos. Pero, no hay que forzar a nadie, sólo se ha de hacer el cribado quien lo desee. Y allí van todos los jubilados y nadie más. Nadie más es nadie más. Porque no íbamos a ir casa por casa, que siempre es desagradable. Así que nuestros cribados sólo afectan al veinte por ciento de la población, la más asustada, la que menos posibilidades tenía de estar contagiada. De manera que tampoco ha funcionado.

¿Lo ven? Aplicamos las mismas medidas que han tenido éxito en otros países pero no nos funcionan. ¿Culpable? La relajación. ¡Cómo somos! «Os hemos cribado, os hemos rastreado, os hemos confinado y, como seguís sin respetar las normas, no tenéis remedio».

Esta es nuestra desgracia: aplicamos todo sólo un poquito, sólo si no molesta, sólo si a usted le parece bien, sólo si me va a seguir votando. De manera que no aplicamos nada y después de un año estamos como el primer día.

Porque aquí, a nosotros, sólo nos gusta gobernar un poquito. ¡Qué pena que el virus no sea más dialogante!