La plaza del Obelisco es el límite de la zona confinada por la expansión del coronavirus. | M. À. Cañellas - miquel a canellas

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Hay un muro invisible y zigzagueante que divide a esta Palma distópica y despistada. Tanto, que los vecinos de las inmediaciones de Arxiduc parecen sacados de un capítulo de Coco: esto es fuera, esto es dentro. Tú estás confinado por el coronavirus, tú no. No existe una linea visible y hay zonas donde se confunde el espacio-tiempo. Los vecinos se observan de acera a acera expectantes.

Uno de esos agujeros negros que los físicos harían bien en estudiar es el Mercadona de la plaza del Obelisco. La puerta que da a Cardenal Reig queda fuera de esa línea trazada por la Conselleria de Salut. La entrada de la calle Pablo Iglesias queda dentro. ¿El Mercadona está confinado o no? ¿Ese supermercado es de uso exclusivo de los que han quedado dentro? ¿O los que están fuera pueden tomarlo a la fuerza y defender el fuerte?

«Digo yo que la gente tendrá que ir a comprar porque somos un servicio de primera necesidad. Me imagino que todo el mundo podrá venir, pero tampoco podemos pedir una placa de identificación a todos los clientes», dice uno de los empleados. No había música de ambiente sino un runrun entre clientes y trabajadores que sonaba a confinamiento, Covid, mascarilla, PCR... Esa ha sido la canción del verano. «Esto es increíble», decía una jubilada a otra, analistas a pie de calle de la coyuntura. «Uno ya no sabe ni lo que tiene que hacer», prosigue el empleado de Juan Roig, que añade que «ya les hubiera gustado a muchos sanitarios tener al principio de todo la cantidad de material que teníamos nosotros». Dos mascarillas al día proporcionadas por la empresa y «mucha protección desde el principio. Aquí no ha habido focos».

Francina Armengol ha confinado a Pablo Iglesias. La calle, que no al líder socialista ni al actual vicepresidente. La presidenta ha confinado a una parte de esta larguísima calle y ha alborotado la intendencia de la zona. En el lado confinado, la cervecería artesana Adalt ya cuenta con un Plan B pocas horas después del anuncio. «Hemos creado un pack de cervezas con reparto a domicilio gratuito», cuenta Sebastià Barceló, que precisamente hace diez días «me mudé de Bunyola a esta zona». Vuelve a hacer las maletas para que su hija de dos años y medio esté desconfinada. Para el negocio, en cambio, es un desafío: «Fabricamos cerveza, intentaremos vender a otros bares».

En el bar Venecia, mientras Arguiñano cocina en una televisión de tamaño bíblico, se despachan menús del día entre vecinos. «Me ha tocado. Estoy enfadado, no voy a poder dar cenas y de aquí dependen once familias. Igual tendré que hacer un ERTE. Habrá que verlas venir», dice Ramón Sánchez, su propietario. En esta pedrea callejera ha fuera Buffet, un local de comidas preparadas conocido por sus pollos asados y sus menús, pero sufre el recorte de clientes confinados. «Estamos preocupados», dice Miquel Sureda.

En la calle Jaume Balmes, Rafael Bartel, del gimnasio Fit Project, admite con estupefacción que «no sé si estamos dentro o fuera. Me estoy enterando por los medios que venís a preguntar». Al final confirma que tendrá que cerrar.

Fuera se ha quedado Ribes & Casals, la tienda de telas lugar de peregrinación de aquellos que buscan material para mascarillas, que ya es el 30 por ciento de la facturación: «El 5 por ciento de nuestras ventas es de mascarillas y el resto es de telas para el hogar: la gente está haciendo muchas mejoras en casa», dice Óscar Otero, responsable de la tienda. En la acera de enfrente queda un territorio que se supone no deben pisar. En esta Palma distópica, el muro invisible se alzará esta noche a las diez.