Bonnín es también el Patró Major de Palma, explica la situación del sector en tiempos de crisis. | M. À. Cañellas

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Llega a la entrevista apresurado, el día no empezó bien. Como siempre se levantó a las tres y media de la madrugada para salir a la mar, pero tras poco más de media hora de travesía ha tenido que dar media vuelta y regresar al puerto de Palma con las manos vacías. El viento ha impedido una nueva jornada de pesca. «Son gajes del oficio», bromea resignado. En realidad, las condiciones meteorológicas marcan el día a día de los pescadores que, como Domingo Bonnín (Alcúdia, 1963), creen que la actividad pesquera forma parte de nuestra idiosincracia como sociedad. El presidente de la Federació Balear de Confraries de Pescadors explica como ha vivido el sector estos meses de confinamiento con paradas obligatorias para salir a faenar.

Como los agricultores, ¿los pescadores también están siempre mirando al cielo?
— Las ‘App’ del móvil daban que no haría buen tiempo pero, pese a ello, lo probamos. En realidad, hasta que no llegamos al Freu de Cabrera no sabemos seguro si hace muy mala mar. A la media hora hemos dado la vuelta y hemos regresado a puerto con la manos vacías.

¿Es habitual esta situación en temporada de verano?
— En realidad, la temporada de verano es buena, el invierno es mucho peor. Los pescadores siempre debemos hacer un balance conjunto de todo el año porque sino no salen los números. Debemos compaginar los diferentes tipos de capturas para ser rentables, aunque la COVID lo ha cambiado todo.

¿Como les está afectando la crisis sanitaria y económica provocada por la COVID-19?
— Con la declaración del estado de alarma los pescadores fuimos considerados sector esencial. De las 250 empresas pesqueras de Balears, solo una se acogió a un ERTE. Es más, no se han perdido puestos de trabajo, cosa muy importante. La otra cara de la moneda es que durante el estado de alarma no pudimos salir a pescar todos los días. Bajó la demanda, por lo que tuvimos que ajustar nuestras salidas. Por eso hubo paradas en días alternos según cada puerto marcado por la organización de productores.

¿Significa esto que el sector pesquero no ha sufrido un impacto económico considerable?
— Claro que lo ha habido, pero no es extrapolable a lo que han sufrido muchas empresas. Seguramente entre marzo y julio hemos reducido nuestra facturación en unos 1,5 millones de euros. Pero visto como están muchas empresas, lo hemos sacado adelante.

¿La demanda de pescado en el mercado ha sido y es estable?
— Los pescadores de Balears capturamos sobre un 16 % del total de pescado que se consume. Si lo analizamos bien, es una cifra irrisoria. Esta situación se da también con los agricultores o ganaderos. En realidad es un problema de todo el sector primario que demuestra que hay que fomentar el consumo de producto local. Ahora bien, durante el confinamiento no entraba apenas pescado de fuera, pero la organización de productores (la Lonja) limitó las salidas de las embarcaciones para ajustar la demanda y también los precios. Una cosa está clara, los compradores de la lonja han seguido viniendo cada día y, lo más importante, los consumidores han respondido muy bien. El consumidor final es nuestra principal baza.

Con la crisis de la pandemia, los agricultores han sabido encontrar una oportunidad fomentado el consumo de kilómetro 0, incluso distribuyendo ellos mismos sus frutas y verduras. ¿Cree que ustedes no han aprovechado bien esa ‘oportunidad’?
— Ganas no han faltado. Ha fallado porque hay una cadena que debes seguir si o si para seguir la trazabilidad.

¿La venta directa de pescado es una buena opción?
— En Mallorca todas la cofradías de pescadores hacen venta directa salvo Palma. Aquí hay un real decreto donde especifica que si hay una lonja no puede haber venta directa. Los perjudicados somos los pescadores de Palma y los palmesanos.

¿El cierre de hoteles y restaurantes también les ha pasado factura?
— Hay muy pocos hoteles que consuman pescado fresco de la Isla. Nuestro gran caballo de batalla es diversificar nuestros clientes ya que la hostelería es mínima. Nuestro gran consumidor es el ciudadano. Durante el confinamiento, el hecho que no todos los ciudadanos pudieran acudir a los mercados municipales, que son el gran referente de los vendedores de pescado fresco, provocó que no todas las paradas abriesen. La primera semana fue complicada, luego se normalizó poco a poco. A veces con la falta de producto los precios se dispararon.

Las pescaderías escasean y en muchos pueblos incluso han desaparecido...
— Hay un problema de falta de comercializador. Es un problema real. Tenemos dos piezas claves para el sector: La falta de relevo generacional como sector, que también se puede aplicar a la falta de relevo generacional al sector minorista. Es verdad que hay grandes superficies que apuestan por el pescado fresco, pero las pescaderías de toda la vida son un cliente muy importante de nuestra cadena. Entre las soluciones que nosotros reclamamos a la Conselleria d’Agricultura i Pesca es un estudio de mercado serio, no hecho por pescadores, para conocer esta realidad.

¿El inicio de la temporada de langosta se ha visto afectado?
— La temporada de pesca de langosta empezó el 1 de abril pero pocos pescadores salieron. Había embarcaciones faenando atún, jonquillo, sepias. El inicio de temporada ha sido progresivo. Los precios han sido buenos, equiparables al año pasado. Esto nos demuestra que el consumidor de langosta es el cliente mallorquín. Si los precios de langosta se disparan es porque hay más demanda y no ha sido por los extranjeros.