Buen ambiente. Con la recuperación de los puestos de productos no esenciales, el mercado de Son Ferriol recuperó ayer la animación anterior al estado de alarma. Arriba, un planterista de Sant Joan y Diego Autero enseñando productos desinfectantes; a la izquierda, Tomeu ‘Massat’. | M. À. Cañellas

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Una de las imágenes más típicas de los mercados es la de una mujer rebuscando entre un montón de ropa y desplegando alguna pieza al aire para comprobar, a ojo, si más o menos si se ajusta a la talla de su marido o nieto. En los mercados al aire libre no hay probadores y esta es la única forma de adivinar si uno compra la talla adecuada, además de imaginarse cómo le va a quedar a uno la prenda. Pues esta imagen volvió a repetirse este sábado en el mercado de Son Ferriol después de tres meses. No es que no se pudiera tocar la ropa, es que desde que se decretó el estado de alarma las paradetes de ropa estaban prohibidas en Son Ferriol.

«Se puede mirar e incluso tocar, pero antes obligamos a los clientes a ponerse gel hidroalcohólico y guantes. Además –añade Diego Autero, el vendedor, mientras agarra una botella con rociador para ilustrarnos– luego pulverizamos con esto, que contiene alcohol, y la ropa vuelve a quedar perfectamente desinfectada». Autero explica que lo ha hablado con inspectores y que sabe muy bien cuáles son las medidas de seguridad. «¡Vaya si lo se! Nos exponemos a sanciones de entre 100 y 600 euros».

Todos los vendedores, así como la mayoría de clientes, van con mascarilla. El binissalemer Tomeu Bestard ‘Massat’ lleva 35 años montando puesto en Son Ferriol. Celebra haber regresado al mercado, pero critica la disparidad de criterio entre los ayuntamientos. «En algunos pueblos llevamos dos semanas vendiendo y en otros aun no nos quieren. En un lugar te dicen que tiene que haber dos metros entre puesto y puesto y en otros son cinco... No se entiende demasiado, la verdad». No muy lejos, Rosa Muñoz y Toni Candela venden juegos de sábanas, almohadas, toallas, etcétera. También mascarillas. «Cuando no podíamos salir a vender confeccioné cerca de 1.200, que regalé a residencias y personal sanitario. Ahora las vendo», explica Rosa.

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También este sábado pudo volver a montar su puesto de utensilios de cocina Joan Bestard. «Es nuestro primer día, pero ya lo ve, hay mucha gente mirando y poca comprando. Interpreto que quieren salir pero que tienen miedo de la economía y no gastan. Muchos están en ERTE», manifiesta.

Hay media docena de puesto de fruta y hortaliza, uno de quesos y embutidos, varios planteristas... Al ser catalogados como servicio esencial, ellos no han dejado de venir. Un planterista de Sant Joan admite que ha vendido bastante más que en años anteriores. Es payés y evita dar detalles, pero da por cierto que, al quedarse en casa, los confinados habrán llenado las horas sembrando. También hay un vendedor de pollos al ast, Domingo Alcántara, que denuncia que los ayuntamientos no le ha facilitado medios para poder cumplir los requisitos sanitarios y que ha tenido que espabilarse.

Hay animación y los clientes están contentos porque el mercado va recuperando la normalidad. «Los fines de semana anteriores estaba muy muerto. Hoy da gusto verlo», celebra Isabel Pérez.