Sor Pilar, tras la ventana con barrotes desde donde va a contar sus impresiones al cronista y al fotógrafo que le acompaña en la visita. | Jaume Morey

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Lo cuenta sor Pilar Fernández, priora del monasterio de monjas canonesas regulares lateranenses de Santa Magdalena, en Palma: «La primera parte del confinamiento se asemejó mucho a nuestro estilo de vida habitual». La gente sólo salía para lo que salen habitualmente en su congregación (su clausura se llama ‘constitucional’ y pueden recibir vistas de familiares), es decir para «lo esencial, ir al médico o a por alimentos».

El monasterio de Santa Magdadalena, empotrado entre La Rambla y el edificio de La Misericòrdia, es uno de los tres conventos de clausura de la ciudad. Los otros son el vecino convento de las carmelitas descalzas (las teresas) y el de las clarisas franciscanas de Santa Clara. En todos ellos continúa el confinamiento cuando se cumple este viernes el día 76 desde que se decretó el estado de alarma. La vida intramuros ya existía antes y continuará después.

Toda la teoría sobre el significado sobre el efecto del retiro y la ‘fuga del mundo’ (así, Pequeño elogio de la fuga del mundo se titula un libro de Remy Oudghiri) puede conocerse en su interior. No es fácil acceder: hay que solicitarlo previamente. En el caso de Santa Magdalena, primero llamas a un puerta; luego te facilitan un llavín, abres una segunda puerta y allá esperas la cita. En este caso, la hermana Pilar, que entró allí cuando cumplió 18 años y, de eso, hace 31.

Atiende tras una ventana con rejas. Desde detrás, se accede a la zona de clausura, la parte donde vive la congregación (la monja más joven tiene 17 y la más mayor, 96) y en el lado reservado a las visitas hay ahora una mesa con gel hidroalcohólico y mascarillas. Mascarillas de fabricación propia.

Es algo que ha cambiado en estos tiempos. Han dejado de preparar dulces y se han puesto a confeccionar mascarillas. A «la oración» dedican seis horas cada día y el resto a las mascarillas. Han elaborado 2.200 que han repartido en centros sociales y a particulares. «Gratis, pero aceptamos limosnas de quien lo considere», explica.

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La priora sabe que «este tiempo de confinamiento ha sido duro para muchas familias», sobre todo quienes han tenido familiares próximos enfermos. Pero, a la vez, también considera que «ha servido para profundizar en las relaciones» y que, quién sabe si a la larga, «eso servirá para un aumento de la fe».

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«Saborear lo sencillo»

La priora del monasterio –que facilita una de las fotografías que se incluyen en esta página con el compromiso de que será «para un buen uso»– también está convencida de que «esta tragedia» servirá a la gente de la calle para «saborear lo sencillo» y que «de esto sacaremos más autenticidad en las relaciones» ya que «ahora se valorará más la importancia de lo que antes dábamos por hecho». No viven de espaldas a la realidad sino que –precisa– «hemos elegido esta forma de vivir, por voluntad propia y no por obligación». Afirma que, desde lo alto del monasterio, «nosotras vemos a la gente paseando por La Rambla y está feliz».

La iglesia está abierta con restricciones y las misas han cambiado los horarios. Allá se conserva el «cuerpo incorrupto» de Catalina Tomàs. La priora, además de dejar claro el nombre de la orden a la que pertenece el recinto (que tiene su origen en un hospital que ya estaba datado en el siglo XIV), tiene interés en dejar claro que «durante este tiempo hemos rezado a Santa Catalina Tomàs, que es la única santa mallorquina». Y, al final de la visita, un último consejo a fotógrafo y cronista: «Se cuiden».

La actividad continúa tras los muros, donde habitan monjas de tres nacionalidades diferentes: España, Polonia y Filipinas. Es la misma ciudad pero es como si fueran mundos diferentes. En La Rambla han abierto ya todos los puestos de flores y hasta el quiosco donde se cambiar monedas. En el edificio próximo de La Misericòrdia, está a punto de empezar una de las primeras ruedas de prensa presenciales de la presidenta del Consell de Mallorca, Catalina Cladera. Es la nueva normalidad. Tras los muros de la clausura será la misma de antes.