Cala Torta. Imagen del incendio de 2013 en esta conocida zona de Artà que arrasó con más de 400 hectáreas | Archivo

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Pedrógão Grande (Portugal, 2017). 62 muertos en la ya tristemente conocida como ‘carretera de la muerte’. Mati (Grecia, julio 2018). 91 fallecidos en una misma urbanización sitiada por el fuego y sin aviso de evacuación. Suecia, julio 2018. El país verde vivió el verano pasado 80 incendios activos en un mismo fin de semana. Sólo en la localidad de Ljusdal —centro del país – ardieron 8.500 hectáreas de bosque. Mendocino Complex (Estados Unidos, agosto 2018). Las llamas calcinaron 114.800 hectáreas, convirtiéndose en la catástrofe natural más grande de la historia del estado de California. Todos estos incendios coinciden en las mismas características: fueron muy extensos y sumamente voraces, el fuego se propagó a gran velocidad y, lo peor de todo, su dirección y consecuencias fueron difíciles de predecir. Los incendios forestales evolucionan y parecen haber alcanzado una nueva categoría: la ‘sexta generación’, según las Administraciones y los expertos en extinción del fuego.

Si bien es cierto que los datos cantan y en los últimos tiempos se ha reducido el número de incendios forestales en países mediterráneos como España, Francia, Grecia, Italia, Portugal y Turquía, en la otra cara de la moneda se encuentra un entorno cada vez más inflamable, fruto de varias circunstancias acumuladas. El aumento de las temperaturas y la sequía, así como el progresivo abandono del medio rural, unido a la acumulación de combustible vegetal en los bosques y la proliferación de viviendas y urbanizaciones dispersas se convierten en el caldo de cultivo de estos megaincendios de nueva generación.

Zonas del Mediterráneo como Mallorca no escapan a esta posibilidad, aunque desde las instituciones se extremen las medidas para evitarlo. «No somos conscientes de la magnitud que pueden tener los incendios. Las altas temperaturas y las sequías comunes en verano, unidas al fuerte viento habitual en algunas zonas, como sucede habitualmente en la Serra de Tramuntana, por ejemplo, son elementos perfectos para que un fuego se salga de control –explica David Caballero, ingeniero de montes y especializado en incendios forestales –. Y en menos de tres horas podemos pasar de un ‘fuego bebé’ a encontrarnos con uno adulto fuera de control», agrega el consultor internacional,

Contra el fuego. El dispositivo de extinción está integrado por 350 personas, entre ingenieros técnicos forestales, agentes de medio ambiente, entre otros

Sin control

Combustible, movimiento del aire y topografía. Estos son los tres elementos que necesita una llama para convertirse en un gran incendio. Y de estos elementos vamos sobrados en nuestra Isla.

Imagínense ahora una pequeña llamarada en los días de calor abrasador. Comienza en Calvià, con una orografía muy continuista, donde se han abandonado muchos terrenos de cultivo; masa forestal en abundancia, además, seca por la falta de lluvias; urbanizaciones y viviendas desperdigadas, algunas incumpliendo flagrantemente el IV Plan General de Defensa contra los incendios forestales que exige que los propietarios tomen medidas en sus terrenos como autodefensa con los incendios. «Si se engancha un viento del sureste, el fuego puede llegar hasta Formentor y barrer todo el suroeste de la Isla», advierte David Caballero.

Este es el motivo por el que Baleares cuenta ya con un mapa de zonas de alto riesgo de incendios –ver gráfico – con el que hacer hincapié en la concienciación de que el peligro del fuego es real y que todos debemos trabajar codo con codo: Conselleria de Medi Ambient, municipios y propietarios. El primer problema surge cuando la mayor parte de localidades no han hecho los deberes: Medi Ambient, por ejemplo, desconoce cuántos municipios de la Isla, situados en las zonas de alto riesgo, han concretado un Plan Municipal de Prevención de Incendios, obligatorio en este caso. Palma, Capdepera y Esporles cuentan con él, ¿cuántos más?

Por no hablar de ‘abrir el melón’ del tema de las urbanizaciones de Mallorca: «Desde Son Vida, en Palma, donde el mantenimiento de los terrenos de alrededor se reparte entre Bomberos de Palma e IBANAT, pasando por los chalets colgantes en Andratx, la ratonera en la que se puede convertir la costa de Canyamel si se produjera un incendio, los barrancos llenos de porquería cercanos a algunas urbanizaciones en Marratxí, Cala Murada y Cala Romántica, Bonaire (Alcúdia)... Gran parte del trabajo está hecho, pero todavía falta para sentirnos seguros. Y la población tiene que estar preparada para que los incendios sean más virulentos, incluso para que haya muertos. Y lo que digo no es un titular sensacionalista, es la realidad que nos va a tocar vivir», finaliza el experto en fuego.