Carlos reparte productos de una empresa de distribución de panadería por toda Mallorca. Desde hace 15 años le acompaña un pasajero muy especial: un monto de peluche. Carlos es del Real Madrid y tiene muchas historias que contar. | Jaume Morey

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Los días del estado de alarma –que este sábado llega al que hace 35– darán para historias que antes no hubieran parecido creíbles. Todo el mundo está escribiendo en estos momentos la suya. La crónica general del confinamiento de 2020 será un texto coral con el valor añadido de lo personal.

Que se lo pregunten a Carlos, también conocido por Charly, el del mono, que reparte pan y productos similares entre hornos y panaderías de Mallorca. Empieza su ruta temprano, a las seis y media de la mañana. Desde hace 15 años va acompañado en un copiloto peculiar: un mono de peluche. Acaba de llegar a Son Roca y su próxima parada es La Vileta. El otro día, por la carretera, le paró la Guardia Civil.

«Había un control, lo pasé y, al momento, un guardia civil me dio el alto y le vi acercarse. Miró al mono, me dijo que en la furgoneta no podía llevar pasajeros pero luego se sonrió y me preguntó si podía hacerle al mono una foto para enseñársela a su hijo», explica mientras Son Roca y La Vileta se asoman a su nuevo día y le da tiempo a añadir: «Hay que cuidar al pequeño comercio y apoyarle. Los hornos trabajan toda la noche para que los vecinos puedan desayunar».

Son madre e hija y las dos se llaman María. Están desayunando en la terraza de su casa al principio de la calle Cap Blanc, que marca también el principio de Son Ximelis, la urbanización surgida en los sesenta para acoger a la inmigración. «Mi padre es fontanero y se ha ido temprano, mi madre es ama de casa y yo hago ahora teletrabajo», cuenta María hija que ya se habría ido en otra época la oficina. Es asesora fiscal.

Día de mercado en La Vileta

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La vida empieza cada mañana con ocupaciones similares mientras la gente se hace cábalas sobre la vuelta a la normalidad. Pero, mientras, detalla a quién pregunta todo lo que va observando. Por ejemplo –y eso es algo que apunta Santi mientras limpia la pantalla protectora que ha colocado en el mostrador de su papelería– que «los juegos de mesa, parchís, cartas y puzzles se han vendido mucho». Como los juguetes que llenan uno de los escaparates. De lo que sí se queja es de que, ahora, es muy difícil conseguirlos pues los almacenes están cerrados y no se distribuyen porque las tiendas de juguetes están cerradas.

Las tiendas de juguetes están cerradas, no se pueden comprar de forma presencial (hay que buscarse la vida por internet para la compra ‘on line’) y los niños y las niñas no pueden salir a las calles.

Los parques están cerrados aunque operarios de Parques y Jardines trabajan a destajo desde primera hora. Los gatos sí pueden colarse entre las rejas. Quizá la gente termine soñando con ser gato en alguna reencarnación. Saben vagar solitarios por ahí. De momento no escriben (que se sepa) pero sus historias podrán resultar tan interesantes como la del mono copiloto.

No se venden juguetes pero tampoco flores. El viernes es día de mercado en La Vileta y uno de los puestos –sólo están permitidos los de fruta y verdura; además de uno móvil con queso, jamón y piezas de carne– ha tomado una iniciativa: regala una flor a quien se acerca a comprar.

«No se pueden vender flores pero no está prohibido regalarlas», argumenta Victoria que atiende el puesto con el resto de la familia.

El confinamiento tendrá su propia banda sonora. El de conversaciones acompañadas del canto de gorriones, palomas y hasta vencejos. Pero también el de obras menores –sonidos metálicos como de martillos y metales pero también de motores– que se intercalarán, como en este día de mercado en La Vileta, con preguntas y respuestas del estilo de «¿A cuánto esta esto, guapa? A 7,50 cariño». Las mascarillas darán una entonación especial. Pero formarán parte de las historias que recordarán sus protagonistas. Como la del mono que alegró el día a un guardia civil.

palma son roca - la vileta cronicas urbanas foto morey