Mateu Martorell, propietario de Can Vinagre, se asoma al exterior. | Jaume Morey

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Este miércoles se cumple el día 32 del estado de alarma. Pero eso no tiene demasiada importancia porque un día se parece demasiado a otro. Incluso ya superados los de la Semana Santa y aunque hayan regresado a su trabajo quienes desempeñan actividades que el primer decreto de la nueva etapa no definió como esenciales.

Esta circunstancia, la deshibernación y el permiso progresivo para trabajar, no afecta a José Vidal, ni a Carmina Salas ni a Mateu Martorell ni al resto de propietarios y propietarias de los cerca de 8.000 bares y cafeterías que, según datos del pasado año, funcionaba habitualmente en las Islas.

José, Carmina y Mateu han asumido plenamente que tardarán mucho en volver a la normalidad. Sus locales serán de los últimos donde se retire el cartel de «cerrado». Pero sus bares, aunque sin nadie que los frecuente, no se pueden quedar solos así como así. Tienen vida propia y hay cosas que hacer allá dentro.

Mateu Martorell, el dueño del Can Vinagre, el antiguo bar España de Oms, se pasa casi toda la mañana en su interior. También ayer. Ayuda a una vecina mayor que tiene problemas, revisa papeles y da una pasada al suelo del local, aunque sólo sea por limpiar el rastro de los pasos que dejó el día anterior.

«Ya me he leído los tres periódicos; estoy suscrito al vuestro y los leo muy temprano pero con mucha tranquilidad», explica. Ha tenido que plantear un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y tiene dos empleados. Regenta ese local desde 1973 aunque fue su padre quien lo abrió en 1929. El año de la gran recesión. Aunque Mateu no recuerda haber vivido nada similar. Ni idea de cuándo abrirá otra vez sus puertas –lo comenta con un palillo entre los dientes que es la estampa típica de cualquier barman tras la barra desde que el mundo es mundo– y recuerda el último gran llenazo de Can Vinagre: las últimas fiestas de Sant Sebastià. Y eso que las de este año fueron diferentes a otras. No por el coronavirus sino por la lluvia. Can Vinagre es el sanctasanctórum del Sant Sebastià alternativo. El templo pagano de Sant Rescat.

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La filosofía de Vidal

El bar Tropical y el bar Polka están en el otro lado de la ciudad, en la calle Joan Miró, la que conecta Gomila con el lado oeste de la Mallorca turística. José Vidal visita su bar de tanto en tanto. Revisa neveras, arregla papeles y recuerda que llegó de Vigo hace 42 años y que, desde entonces, se dedica a esto. También ha optado por un ERTE. Su bar es el típico bar de las mañanas donde la gente se agolpa (o se agolpaba) con café, bollos y periódicos.

Está muy cerca del hotel Victoria y una vez, durante un acto político del PP, Rajoy llegó con periodistas a tomarse un café. «No se lo cobré y vaya, quizá tendría que haberlo hecho», dice aunque tampoco quiere comentar mucho este asunto. Afirma que lo que ahora le preocupa es el futuro y que la gente vuelva al bar. «El turismo de verano en Mallorca calienta las estufas de toda España en invierno», dice.

El bar Polka, a quien su clientela llama ‘La Polka’, estaba viviendo su tercera vida. Fue una idea de Carmina Salas –mascarilla en mano dando una vuelta por el local– y Pepe Marroig, su marido y que lo sabe todo de la noche de Palma. Suya fue la idea  (recuerda Carmina mientras quita fundas de las almohadas) de reabrir en las Navidades de 2012 ese local que fue un icono de los año setenta que se prolongó hasta principios de los noventa. Lo montaron Rafael Navarro –inventor de bares– y Guillermo Vidal. Vivió una segunda etapa entre 2000 y 2002 y ahora había conseguido ser un cruce entre épocas. Cada sábado había música en directo en la Polka. «Eso sí que tardará en volver», comenta Carmina. También ha puesto en marcha un ERTE. Los ‘polkies’, que es el modo en que Marroig llama a la clientela, esperan que vuelva a sonar la música y que se active una mesa exterior donde se sienta quien quiere sólo por hablar. «Bla, bla, bla». Cerca de la plaza del Progrés, la pared del bar de vinos ‘La Fábrica’, que fue mercería, esos bla, bla, suenan a deseo.

El Bosch, que es el observatorio de Palma, se hibernó como el resto de bares. El día que abra será el de la normalidad total.