Un hombre con una singular mascarilla en Palma. | Jaume Morey

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De las elaboradas con tela de llengües, tejido artesanal característico de Mallorca que pudo llegar desde China a través de la Ruta de la Seda, a otras con dibujos de colores vivos –y también alguna que incluye añadidos metálicos que recuerdan a las tachuelas– hasta las que se pueden conseguir (cuando se consiguen) en las farmacias. Son las mascarillas; asoman por las calles y son la imagen del estado de alarma por el coronavirus que hoy llega a su día 25.

Hasta las mascarillas tienen historias detrás. Catrina, que además de llevar una se cubre los ojos con unas gafas amplias, explica que la utilizaba su marido para pintar. Igual que las gafas. «Mi marido hace encargos para una herrería», comenta.

María del Carmen tiene 77 años y acaba de bajar de casa. Sus hijas le han traído la compra para los días que vienen. Se ha puesto mascarilla y guantes. «Me la trajo mi yerno y sólo la empleo para bajar. Es de tela; la rocío con alcohol y luego la tiendo al sol». Afirma que no lleva mal lo de estar en casa, que se encuentra «divinamente de salud» y que si se muestra algo intranquila es por una casa que tiene fuera y que «no sé cómo estará». Y añade: «Tengo muchas ganas de hablar, y más ahora».

palma cronica urbana sandi foto morey

Es la zona de Blanquerna, próxima a s’Escorxador y con varios comercios abiertos; incluidos los supermercados con sus colas habituales. Las procesiones son ahora allí y es como si las mascarillas hubieran sustituido a las caperuzas de cualquier otro año por estas fechas de la Semana Santa.

La de Jorge, en la cola del súper, se la trajo su esposa. Está hecha con tela reciclada y estampada con cactus de colores. «La trajo de Son Tugores, las hacen allí», dice. Se refiere a un centro residencial destinado a personas con discapacidad. Tiene cierto parecido a la que lleva Juana, con fondo azul y con unos pequeños cuadros. «A falta de pan...», comenta señalando que no es fácil encontrarlas en las farmacias y que, además, son caras. «Tengo dos y cada día que me la pongo la lavo con agua, jabón y lejía», añade.

Qué pasa en las farmacias

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Es cierto que cuesta encontrar mascarillas en las farmacias –han llegado esta mañana a una botica de la plaza Joan Carles I; no quedan en las de la zona de Blanquerna; tampoco en una próxima al Passeig Mallorca, y «nos han dicho que llegan mañana» a una de la calle Joan Miró, en El Terreno–, y que el precio varía.

«Han subido, no sé si es cosa de los fabricantes o de la demanda, pero han subido», explica una farmacéutica. El precio de la quirúrgica (las de tela, las más simples, las que lleva el personal sanitario y que se utilizan para no contagiar pero no evitan el contagio) podían comprarse por un euro y medio antes de que comenzara todo esto y ahora se venden en algunas farmacias a tres euros y medio. Armando tardó ocho días en conseguirla. No recuerda qué le costó pues se llevó otras cosas.

Hay gente muy suya y con ideas peculiares por las calles de Palma. Es el caso de Nefertín, colombiano con veinte años de residencia. No se fía de las que se venden en las farmacias. No se fía de nada y pasea con un spray desinfectante y lleva puesta una mascarilla negra que incluye incrustaciones metálicas.

«La hice yo, con material sintético que luego he impregnado con alcohol», dice mientras se aleja repitiendo que «esto no es un virus, es un ataque biológico».

Dos personas, hombre y mujer en diferentes calles de la ciudad, llevan mascarillas de tela de llengües. La mujer la utiliza como ‘mascarilla de paseo’ pues trabaja en una residencia de mayores y ahí se pone otra.

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Paseantes y quienes atienden en las farmacias ven difícil que, por el momento, su uso sea obligatorio. Cada cual tiene su opinión. Pero tampoco lo descartan. Lo que no imaginaban era una Semana Santa en Palma donde la procesión fuera de mascarillas. Nadie lo imaginaba. Pero ya han pasado 25 días.