Eustaquio, frente a su tienda, después de que llegaran los zapatos de importación. | Jaume Morey

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La calle Sant Nicolau de Palma, esa vía peatonal entre Cort y Es Born, siempre ha ido a su propio ritmo. Incluso antes del estado de alarma que hoy llega a su día 18. Las tiendas de esa calle y la de sus alrededores –como Brossa, Peraires o Pas d’en Quint– no abren nunca hasta que han dado las diez de la mañana. Y, sin embargo, esa zona mide el pulso de la ciudad. Siempre hay un trajín de gente que va y viene. Ahora es el ejemplo claro de la ciudad detenida.

Estos días sólo abren dos comercios en todo ese microcosmos que, habitualmente, se identifica con el de la derecha palmesana, con gente de mayor solvencia económica y un estilo de vida muy definido de la Palma de tiempos pasados.

Este martes abrieron, igual que abrirán este miércoles, la charcutería y bombonería La Pajarita –todo allá se puede entender sólo diciendo delicatessen– y una de las tres tiendas palmesanas del Forn del Sant Crist. O del Santo Cristo, que de las dos maneras se refiere a éste su clientela.

palma reportaje la cronica de sandy foto morey

Javier Mulet es el copropietario de La Pajarita, una tienda que abrió en 1872. Ahora sale menos pero como botiguer que se precie, pasa por la tienda de tanto en tanto. Ayer no. Estos días de confinamiento evita salir de su casa en Sencelles. Su hijo José se pasó ayer un rato. Pero era final de mes y dedicó la mayor parte de la jornada a ir «de gestorías» y «papeleo». Era el día que pagan los autónomos y apenas hubo ocasión de hablar con él. «Y encima, como está ahora la cosa. Otro día les atiendo, y mi padre también», explica.

A pocos metros, un camión acaba de descargar varios paleses frente a Scarpe d’Italia, una zapatería especializada en calzado de importación. Eustaquio es su propietario. Cuenta que abrió hace once años. «Tengo pedidos hechos desde septiembre y ayer me avisaron de esta entrega». En su mayoría, zapatos italianos. «La moda del próximo verano», dice para añadir luego: «Pero igual me los como». Afirma que, por bien que vaya la cosa, no vendrán turistas, que son el 90 % de su clientela. Teme por el futuro pero también admite que «aquí nos volvimos locos con los precios». Pagaba un alquiler de 3.000 euros y para continuar le pidieron el doble.

«Te habrás dado cuenta de que aquí cambian mucho los negocios; he contado ocho cambios en los últimos meses», dice. Sonríe y, en compañía de otra persona, mete sus cajas de zapatos made in Italy en la tienda.

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No hay carta para él. Y eso que, el cartero ha pasado dos veces. No el mismo. Primero una mujer que ha preferido no decir nada –también la empleada del Forn del Sant Crist ha optado por no hablar– y luego un hombre que se lama Bernat. «Mi zona habitual es Sant Francesc pero estamos la mitad de la plantilla y hoy no está el cartero habitual».

Relajarse en Palma

Están limpiando y desinfectando en la calle Brossa. Cualquier otro día que no fuera uno de estos marcados por el confinamiento, hubiera sido una ocasión única para comprobar si había mascarillas –aunque fueran réplicas de mascarillas de la Segunda guerra mundial– en una tienda dedicada a coleccionistas de todo lo que tiene que ver con el Ejército, desde armas a uniformes pasando por libros. Este martes estaba echada la puerta.

Lo que se ve en esa misma calle es el escaparate de Stick no bills, especializada en postales y carteles de viaje. Un cartel retro de escaparte deja ver a una pareja y un oficial de marino. Es la reproducción de un anuncio de ginebra con esta propuesta: «Relajarse en la ciudad».

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El busto de Chopin, a poca distancia, es el dueño de la pequeña plazoleta dedicada al compositor polonés. Se erigió allá cuando se cumplieron 180 años de su venida a Mallorca.
Xisco se cruza con Chopin pero anda en otras cosas y no suscita su atención. Es repartidor de Eroski, «bueno, de una empresa subcontratada» (precisa); llama al portero automático de un domicilio y le responden que ahora le abren, «subimos, dejamos el pedido en la puerta pero no entramos en las casas», dice.

No hay niños ni niñas en la calle y no se nota, con la verja echada, que La Industrial sea una juguetería. ¿Cómo será su escaparte característico que siempre cambia cuando todo vuelva a la normalidad? Habrá que esperar.