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Barrios enteros destruidos por las bombas, patrimonio hecho trizas y un pueblo que quiere recuperar la normalidad. Este es el panorama que se encontró Gari Durán, doctora en Historia y exsenadora, cuando llegó a Alepo a finales de abril. Durán fue invitada a la ciudad siria por el arzobispo Youhanna Jeanbart, del rito católico greco-melquita, a la inauguración de la catedral que fue destruida por los bombardeos: a finales de 2013, el techo, la cúpula y la sacristía fueron destruidos.

Durán explica que «conocía a los dirigentes católicos de mi época de senadora y a través de foros denunciaban la situación de Siria e Irak. Así que cuando me invitaron a Alepo para asistir a la reinauguración de la catedral no me lo pensé, quería verlo con mis propios ojos».

La historiadora explica: «Volé a Beirut y allí me recogió un conductor para llevarme hasta Alepo». Un viaje de unos 400 kilómetros que les llevó más de siete horas. «No podíamos ir por las carreteras principales, y pasamos unos 20 controles». Apunta que «según te vas acercando a la ciudad, vas viendo aldeas destruidas y al llegar te encuentras con una ciudad totalmente destrozada que intenta volver a la normalidad».

Tipos

Gari Durán explica: «Vi tres tipos de destrucción. Edificios que han resistido, con la única pega de que se han reventado los cristales, edificios de los que solo queda la estructura y edificios que se han derrumbado». Confiesa que las huellas de las balas y los obuses todavía son visibles en muchos lugares de la ciudad siria arrasada por la guerra.

«Ves la crudeza de la guerra, cómo puede trastocarse la vida de la gente sin darse cuenta», explica Durán, quien además ve un espíritu de resiliencia en los cristianos de Siria. «La comunidad cristiana de Alepo tiene un tremendo deseo de volver a la normalidad, aunque sea casi imposible», apunta. «Están volviendo bastantes cristianos al país, como Alepo ha sido liberado quieren volver a sus hogares».

La reinauguración de la catedral se hizo justo para la Semana Santa, por lo que Gari Durán tuvo la oportunidad de vivir allí la celebración de la Pascua. «Fui a una misa a las siete de la mañana y estaba muy concurrida, todo el mundo con sus mejores galas. Incluso en fiestas de las parroquias de barrios humildes se comía, bebía y bailaba. Había sensación de resurrección», asegura.

La exsenadora palmesana alaba la labor del arzobispo Jeanbart, que durante toda la guerra ha intentado crear comunidad entre los cristianos para que la experiencia no sea tan dura y sigue haciéndolo. «Si me tengo que quedar con algo de la visita, sería la conciencia de que es muy fácil verse envuelto en una guerra, y con la fuerza de la comunidad cristiana, su resiliencia el deseo de recuperar una ciudad que un día fue una maravilla», finaliza.