Xavier Pericay, Gabriel Company y María Salom se saludan en el Parlament. | M. À. Cañellas

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En el interior del PP de Biel Company se hacen análisis psicológicos sobre la personalidad de la delegada del Gobierno, Maria Salom, para intentar explicar cómo a llegado a consentir el cirio que ha armado quitando 300 euros de media en su sueldo a 6.000 funcionarios con su recurso ante los tribunales. También porqué «le ha dado ahora la neura» de perseguir Ayuntamientos emblemáticos de la Part Forana «porque destinan 5.000 euros al catalán», dejando a un azorado Company en calcetines y calzoncillos a un año de la elecciones. Creen que los funcionarios insulares y locales afectados «no nos van a perdonar nunca». Ahora el regionalismo popular en pleno se está desmarcando de Salom a toda máquina y con todas las velas desplegadas.

Pero para proceder a este desmarque, primero le han dado más vueltas que una peonza a los motivos psicológicos que han empujado a Salom a armar este San Quintín. Han llegado a la conclusión de que «se acopla demasiado al cargo. Quiere actuar tan bien y contentar a lo que la rodea que la silla se la come». Veamos el razonamiento popular: un grupo de técnicos y abogados del Estado de la Delegación revisan los plenos municipales y del Consell y luego le van a dar 'tachuela' para que la delegada acepte presentar recursos judiciales. Naturalmente, le dicen que tienen el apoyo y el aliento de sus jefes de Madrid». Y Maria aceptó, acoplada al cargo y convencida de que estaba obligaba a hacerlo, de que la aplaudirían, o de lo contrario incluso podría incurrir en 'prevaricación'. O eso llegaron a insinuarle...

Pero en el PP consideran que «sin luces no se puede ejercer de político. Si un funcionario torea a un alto cargo y le convence para tomar decisiones que van en contra de su partido, apaga y vámonos». Si Maria tiene bajo su mando a técnicos guerrilleros o francotiradores con ínfulas de hombres de Estado sin haber pasado por las urnas, tendría que haber demostrado su inteligencia y mano izquierda reuniéndose con Biel Company exponiéndole el problema. E ingeniando ambos la salida. Era muy fácil: Biel llama a Génova y Maria a la cúpula del Ministerio de Justicia, convenciéndoles de que en Balears, por imperativo del sentido común, no se podían armar jaranas judiciales para no agitar una situación social tranquila.

De haberlo hecho así, el par de técnicos con hambre de recursitis a la crema habrían recibido un 'toque' desde el Ministerio y en un periquete se habrían acabado las ínfulas de poderío y las insinuaciones de ´'prevaricación' a su propia jefa. Los recursos, al cajón de los recuerdos. Habría vencido el sentido común. El personal funcionarial, firmes. Y ella habría sido, esta vez sí, una auténtica política-delegada.

Pero Salom hizo lo contrario. Ejerció de delegada áulica y suprema para impresionar a sus funcionarios recursistas. Se creyó el papel que interpreta, pasó de Biel Company y alborotó el corral hasta límites asfixiantes.

Ésta es la interpretación que se hace en el PP de la «torpeza» de Maria o...de «las Marias». Porque «cuando estaba en el Consell con Joan Verger hace dos décadas era una Salom completamente diferente a la Salom delegada». Luego «la hicieron portavoz adjunta en el Congreso y nació una Maria nueva, que en nada se parecía a la antigua vergerista, muy a gusto en los madriles». Más tarde fue elegida presidenta del Consell, «y de nuevo surgió otra Salom, diferente a la de Madrid, que incluso llegó a aprobar la carrera profesional de los funcionarios... que ahora se ha cargado».

Su problema es que «siempre quiere quedar bien con sus superiores y allegados. Se ha pegado un trompazo porque no ha calibrado las consecuencias de los actos que ha consentido». También se dice que Biel quiere escenificar su distanciamiento de Maria, aunque sea más formal que real...Quiere mantenerla lejos. Ya no le quita el sueño si se mete en otro berenjenal de recursos, con tal de no salir salpicado. La quiere a leguas de distancia. Eso sí, informando a Génova de que le trae por la calle de la Amargura crispando un territorio hasta hace poco calmado y tolerante. Hay demasiado en juego.