El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont. | Reuters

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Ya están aquí las cuatro semanas de los televisiones madrileñas calientes, con un reto enorme: derrotar en las urnas al victimismo independentista catalán. Lo pueden lograr. El separatismo va de capa caída al haber sido incapaz de reeditar Junts pel Sí. Con el 130 president de la Generalitat en Flandes y con el grueso de su exGovern en la cárcel, incluido el exvicepresident, además de la imputación de la presidenta del Parlament, el poderío mediático madrileño deberá echar toda la carne en el asador para que los partidos constitucionalistas se impongan en escaños y en votos o, al menos, que los independentistas no alcancen su objetivo y pasen a depender de la ambigüedad caritativa de Ada Colau. Todo está centrado en el 21-D.

Un ejército de tertulianos se prepara para el envite, lenguaraces y sueltos como nunca se ha visto. Este ejército gesta un huracán de argumentos a favor del constitucionalismo y de feroces invectivas contra los independentistas. En un lenguaje estudiadamente callejero y cafetero, para atraer a las urnas en Catalunya a segmentos sociales que jamás van a votar en unas elecciones autonómicas, nos aguardan constantes conciertos diarios monotemáticos y monocordes. Será un vendaval argumentativo. Lo malo de los huracanes es que lo remueven todo y al final resulta difícil discernir el aire fresco de la polvareda que levanta.

La historia de España vuelve a salir de paseo a partir de esta semana. Pero con aditamentos nuevos. Jamás se había vivido un bloque de cadenas televisivas madrileñas de ámbito nacional con variedad de formatos y de caras tertulianas pero con un relato unívoco e inequívoco. Sin fisuras, ni matices, ni policromías. En tiempos pretéritos sólo existía una cadena pública, que se veía obligada a guardar unas ciertas formas. Ahora, no. En esta hora del temporal controlado la causa se lanzará a galope tendido. Los independentistas catalanes se han pasado siete pueblos proclamando su república en un acto voluntarista y sin tener el menor apoyo exterior. Fue un suicidio político. Pero podrían intentar volver a ganar las elecciones en escaños ejerciendo de mártires. Mas ahí está el poderío del Manzanares para impedirlo. En el siglo XIX para ganar unas elecciones se acudía a las consabidas tácticas caciquiles de dejar que cada potentado controlase su ámbito de influencia para reconducir las urnas hacia el orden. En la actualidad estas técnicas sobran. No sirven. Media docena larga de cadenas televisivas madrileñas son capaces de mucho más, de hacer bailar la conga a la Moreneta si fuere preciso. O al menos lograr que un buen segmento de catalanes vayan a votar humildemente convencidos de que en Montserrat se ha puesto el sol.

El espectáculo que ya está ahí es digno de ser disfrutado en toda su grandeza y desvarío. La demonización de Puigemont y de los encarcelados tiene que superar con creces el plus de victimismo electoral que tal situación comporta. La ofensiva mediática madrileña va a ser un inolvidable espectáculo en sí mismo, muy por encima de lo que pueda acontecer en Catalunya, ya que allí todos -piensen lo que piensen- saben que acabarán obligados a entenderse con el poder central. Habrá que ver cómo se las ingenian los tertulianos capitalinos y sus 'moderadores' para, en un lenguaje llanero y aparentemente castizo (buscan los votos en Badalona, Hospitalet, Cornella, Terrassa...), aplastar a un separatismo que, por sus errores, ya se habría autoderrotado a sí mismo.

Lo peligroso de este alud de informativos y tertulias antiseparatistas que nos cae encima es que, de alcanzar su objetivo, se va a establecer en España una dinámica recentralizadora de órdago. Tras haber ganado la batalla de Catalunya, el tertulianismo y el informativismo madrileños, con indudables apoyos políticos y del Estado central, también querrá meter cuchara de cocido madrileño en el resto de autonomías periféricas, sobre todo en las que no gobierna el PP. Es posible que Balears también reciba efectos colaterales de este huracán que se está gestando con epicentro en el Paseo de la Castellana y aledaños. Así que, a prepararse. Vienen curvas. No tardarán en meterse con el sistema educativo de la periferia y quién sabe si con la ecotasa. Convertirán a Bauzá en un monje cisterciense si lo comparamos con este desmelene del tertulianismo mesetario, eufórico y embravecido tras su previsible victoria en el Llobregat. Tras las Navidades el poderío mediático central entrará en fase incontrolable. De Madrid, al cielo.