Pedro Sánchez. | Fernando Villar

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El PSOE vive en la actualidad el peor drama de su historia desde el 7 de marzo de 1939, cuando su icónico dirigente Julián Besteiro se sumó al golpe del coronel Segismundo Casado en Madrid contra el Gobierno del también socialista Juan Negrín. Aquel golpe supuso el final de la guerra civil, pero también de la democracia en España durante casi cuarenta años. Tras negociar secretamente Casado con el bando franquista, el IV Cuerpo de Ejercito republicano se levantó en Madrid. Pocas semanas después abrió sus puertas a los ejércitos franquistas, La situación republicana era desesperada, con la población muriéndose de hambre y casi ninguna posibilidad de continuar la lucha. Pero el PCE quería resistir. Se vivieron dramas personales. Santiago Carrillo, secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas, repudió públicamente a su padre, Wescenlao Carrillo, diputado socialista y partidario del golpe casadista, urdido en los sótanos del Ministerio de Hacienda. Solamente el partido comunista y las JSU se aprestaron a la resistencia. Muchos, entre ellos las famosas Trece Rosas, muchachas socialistas unificadas, acabaron fusilados. Era el final después de que los tanques republicanos se liasen a cañonazos unos contra otros en pleno Paseo de la Castellana, en la zona de los Nuevos Ministerios. Besteiro acabaría muriendo en una cárcel franquista. No se produjo el abrazo de Vergara que esperaba Casado. «Roma no paga a traidores», comentaban con sorna los franquistas.

Aquella herida dentro de la izquierda no se curó hasta la llegada de la Transición, cuando el veterano y envejecido PCE, con Carrillo al frente, asumió la bandera monárquica mientras los jóvenes del PSOE, con Felipe González en cabeza, volvían a convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda, cargados de ilusión y de nuevas ideas. Los jóvenes. siempre los jóvenes, como aquellas Juventudes Unificadas de cuatro décadas antes, como aquellos «chicos sin corbata», los González y Guerra de 1976.

Y han vuelto a pasar cuarenta años. El pasado 27 de septiembre, en las elecciones gallegas pasó algo muy gordo: Podemos le metió el sorpasso al PSOE. Esa el la razón del ataque de histeria y del golpe contra Pedro Sánchez, un secretario general elegido en unas primarias por decenas de millares de militantes y expulsado del cargo por un meneo epiléptico de barones autonómicos aterrorizados.

Ahora el PSOE se prepara para un nuevo Via Crucis. Preparan a sus 170.000 afiliados y a sus 5 millones de votantes para una abstención que propicie la investidura de Rajoy. Tendrán que humillarse como personajes bíblicos. El PP les exigirá el Sextete. A saber: abstención del grueso de su Grupo Parlamentario en la investidura (no sólo unos cuantos) ; aprobación de los presupuestos; aceptación del tope de gastos del Estado; oposición seria y responsable (el corderito de Norit), compromiso de gobernabilidad estable de al menos dos años y renuncia a presentar una moción de censura durante este tiempo. En definitiva: una bajada de pantalones estratosférica.

Pero el PSOE no tiene más remedio que aceptar esta abstinencia (que no abstención). Lo contrario serían las elecciones generales, la victoria de Rajoy (lo cual es aceptable para el PSOE) y una consecuencia mucho peor el inapelable: el sorpasso de Podemos y la conversión de Pablo Iglesias en jefe de la oposición (¡los jóvenes, siempre los jóvenes!). Ahora mismo los socialistas no tienen ni candidato.

Les aguarda una abstinencia terrorífica. Más dura que el no poder comer carne los viernes de Cuaresma por parte de los católicos; o que el Yom Kipur judío, incluso mucho más dura que el ramadán musulman. El PSOE, para mantenerse tendrá que pasar un síndrome de abstinencia espantoso. De delírium tremens. Será lo nunca visto: Rajoy gobernando con la oposición socialista arrodillada y con Podemos mofándose de ellos a la cara. Abstinencia viene del latín abstinentia, que quiere decir «lejos de». ¿Y cómo es posible ejercer de oposición estando tan lejos del poder? Y aunque pasasen a formar un quimérico gobierno de coalición con el PP, ¿dónde quedarían sus esencias socialistas?.

Un pacto de abstinencia y supervivencia con el adversario es muy peligroso. Ya lo hizo Chamberlain con Hitler en 1938. «Os traigo la paz», les dijo a los británicos. Pero Churchill, en un memorable artículo, le respondió: «Entre la lucha y el deshonor, habéis elegido el deshonor. Y tendréis el deshonor y la lucha».

Porque la clave de todo es que Rajoy puede ahora burlarse de la gestora del PSOE. Dejar que se arrastre a sus pies durante semanas para, al final, anunciar que no se presenta a una nueva investidura «porque los socialistas no son de fiar». Puede despedazarlos, ridiculizarlos, caricaturizarlos y volcarse en las terceras elecciones, donde le aguarda un país entero que ganar. Le basta que se cuezan en su propia salsa, como ocurrió en el golpe contra Sánchez, y aguardar el momento, como aquel Franco que esperaba en marzo de 1939 entrar en Madrid sin despeinarse.