Artur Mas junto a Mariano Rajoy. | Efe

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Balears vivió la legislatura 2007-2011 boquiabierta ante la retahila de escándalos judiciales que estallaron uno tras otro, imparables. Que nadie olvide Maria Antònia Munar, presidenta de Mallorca entre 1995 y 2007, lleva encerrada en la carretera de Sóller desde julio del 2013 hasta ahora. Jaume Matas también pasó una temporada en el penal de Segovia. En Balears todo empezó en el otoño del 2006 con el caso Andratx y la detención del por entonces alcalde Eugenio Hidalgo. La lista balear de detenidos, imputados, encarcelados y desimputados en enorme. No se salvaron ni el yerno ni la hija del por entonces jefe del Estado. El partido UM desapareció el mapa.

Mientras tanto, en Catalunya la cosa andaba más tranquila, pero a medida que fueron complicándose los problemas para la familia de Jordi Pujol, para Convergència y para las élites catalanas ligadas a la Generalitat, curiosamente la fiebre independentista fue creciendo. Los de arriba dejaron de ser el «tapón moderado» de los de abajo para transformarse en los abanderados del secesionismo. El paso hacia el independentismo de la derecha nacionalista catalana ha venido en paralelo a registros en las sedes de sus partidos, detenciones y escándalos, que este sector social de gran peso en el Principat achaca a «prácticas de guerra sucia madrileña» que jamás se producirían dentro de la «armonía interior catalana», menos en algún «caso aislado» que sería la excepción que confirmaría la regla de una paz política casolana destruida por la «artillería pesada exportada por Madrid».

Un botón de muestra: en una refriega parlamentaria y en tono encendido Pasqual Maragall le dijo a Mas: «Su problema es el tres por ciento». Pero a los pocos minutos, las aguas del pactismo catalán habían vuelto a su cauce y Maragall retiró sus palabras. Hoy día los hermanos Maragall han abandonado el PSC y se han sumado al proceso secesionista.

El pactismo catalán viene de muy lejos. Fue teorizado en el siglo XIX por Pi i Margall en su libro Las nacionalidades después de haber sido presidente frustrado de la Primera República española, que fue borrada del mapa por el general Pavía, que disolvió el Congreso al entrar en su interior montado en un caballo. El pactismo es buscar la estabilidad y el orden por encima de todo. El pactismo es la habilidad de ceder sacando bieneficio a cambio de la paz. ¿Por qué, entonces, los pactistas de antaño se han vuelto furiosos independentistas?

Filesa

Todo empezó a principios de los años 90. Felipe González llevaba una década en el poder y el PP estaba desesperado por alcanzarlo. Entonces estalló el escándalo Filesa-Malesa-Time Sport: la financiación ilegal del PSOE mediante informes falsos a empresas fantasma. El PP de Aznar en la oposición montó en furia, al menos de puestas para afuera, y lanzó una tremebunda ofensiva que supuso la pérdida del poder para el PSOE y el final de González en 1996. Hoy sabemos que en aquellos años el PP ya se financiaba ilegalmente tras la investigación del escándalo Bárcenas. Todo era cinismo e impostura. Lucha del poder por el poder a cualquier precio. Política de tierra quemada: navajeo madrileño. Demagogia de tasca de la Cava Baja. Lo contrario de lo que significa el pactismo catalán, que desprecia la política barata e inculta del bajo vientre.

Y el PSOE juró venganza. Tras el nunca esclarecido 11-M, Zapatero tomó el poder. Y llegó la purga para Rajoy. Estalló el caso Gürtel. La financiación ilegal del PP al descubierto: Bárcenas, Correa, el Bigotes...Y pasó lo que tenía que pasar: la pactista Catalunya se vio primero salpicada y luego incendiada por los escándalos. Y la nacionalista Convergència, la gran adormidera de las bases independentistas que siempre han existido, aunque minoritarias, en la sociedad catalana, se convirtió en acicate para que se levantasen. El empuje de los dirigentes de derechas catalanes hacia la independencia es directamente proporcional al empuje de los fiscales azuzados por Madrid para levantar escándalos.

A Rajoy le metieron en su momento a su tesorero. Luis Bárcenas, en la cárcel. Su ministro de Justicia, el ambicioso Alberto Ruiz Gallardón, que nada hizo por evitarlo, fue defenestrado por el propio PP. A Mas, en plena efervescencia indepedentista, también le han metido a su tesorero de Convergència entre barrotes. El navajeo de la financiación ilegal de los partidos ha acabado por corroer a la hoy ya vieja Constitución de 1978, que ya sólo defiende Rajoy para intentar mantener el poder el mes que viene entre el incendio catalán y la desorientación de España, harta de tanta cuchillada y tanta demagogia.

Convendría recordar las palabras de Emilio Castelar en 1873: «La Constitución es un hecho vivo y transformable, no la cornucopia de la cabeza de un ciervo disecado y abandonado en una habitación vacía». La caza del hombre público por el hombre público en una acción política que destruye el principio del pacto y acaba generando cabezas secas y vacías. Las cuchilladas que comenzaron en los 90 en la lucha del poder por el poder al más puro estilo chulesco madrileño fueron el detonante de una crisis de consecuencias hoy por hoy imprevisibles, con unas elecciones a la vuelta de la esquina.