Aina Castillo en los juzgados. | Joan Torres

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Dentro del PP crece el run-run de tristeza por la suspensión de militancia de la exconsellera de Sanitat Aina Castillo tras su última declaración ante el juez por el caso Palma Arena. Se habla de «clara injusticia» y de «venganza política». También se considera que «es la primera gran decepción protagonizada por el nuevo presidente Miquel Vidal».

En el PP existe la convicción de que Vidal «ha cedido» a las presiones de los rodriguistas y del propio José Ramón Bauzá, que habrían exigido «la aplicación del Código Ético» en este caso concreto porque aún no han digerido la derrota del 24-M y buscan culpables debajo de las piedras. «No es la ética lo que les mueve, sino la venganza culpando al que menos puede defenderse y que nada tuvo que ver con sus errores».

La prueba de esta «inquina» es que en el PP siguen militando no pocos imputados, «incluso en puestos muy importantes» y «nadie mueve un dedo contra ellos». Pero el caso de Aina Castillo es distinto. Antes de las elecciones del 2011, cuando el PP también estaba en la oposición a la espera de la caída del Govern Antich, Castillo era la portavoz del PP. Bauzá y su sanedrín ya habían tomado el mando del partido. En una rueda de Prensa le dieron por escrito lo que debía decir, al milímetro. La intentaron reducir prácticamente a un cacatúa que hablaba al dictado. Castillo se negó a hacer aquel denigrante papelón y mandó a Bauzá al garete. «Este y no el caso Palma Arena fue su final político. Bauzá no perdona», se dice en el PP.

Más tarde, cuando Bauzá era el president, el marido de Aina Castillo, el concejal de Cort Julio Martínez, se convirtió en la mano derecha de Mateu Isern, contra el que Bauzá descargaba toda su inquina. La pugna era evidente. Mientras, cuando era requerida ante el juez por el caso Palma Arena, Aina Castillo no dudó en reconocer el montaje del del concurso de adjudicción.

Todas las miradas del caso Palma Arena se dirigen hacia Jaume Matas y los que estaban por encima de él. No hacia Castillo. Pero este intento de señalarla al suspenderla de militancia por parte de Miquel Vidal suena a vendetta mucho más a ras de tierra, mucho más inspirada por los que se niegan intelectualemente a asumir el desastre electoral. Bauzá ya no preside el PP, pero es senador en Madrid y sigue mandando. En Palma, el aparato rodriguista de toda la vida continua ocupando hasta el último palmo la planta baja de la sede central de la calle Palau Reial. «Éstos son los que empujan a Vidal», se dice en el PP. El objetivo es el congreso del año que viene, donde quieren mantener sus cuotas de poder a base de «dar miedo».

En este contexto, Miquel Vidal se «estaría dando cuenta» de que si es «dócil» incluso «podría mantenerse en la presidencia toda la legislatura». Pero mientras han de «morder para sobrevivir, para alejar el fantasma regionalista de sus vidas». Por eso han mandado a Vidal contra Castillo. «Sacrifican piezas que desprecian. Lo hacen como tabla de salvación y, encima, en nombre de la ética».