José Ramón Bauzá. | Joan Torres

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Hay Gaudium Magnum (máximo júbilo) en el PP Balear al trascender la noticia de que José Ramón Bauzá se va a Madrid como senador autonómico. Saben que incluso desde la Plaza de la Marina Española, donde está la sede de la Cámara Alta, intentará tener atado y bien atado al partido hasta la celebración del congreso extraordinario a principios de 2016, saben que intentará digitar a su sucesor, pero de hecho su fuga hacia arriba «abre todas las posibilidades de alcanzar el reequilibrio interno», dicen en el partido, porque en la práctica perderá el control de la organización.

Con su acelerado adiós, Bauzá les ha ahorrado un montón de cenas veraniegas a los pesos pesados y medios del PP, que ya estaban preparando ágapes conspiratorios, conscientes de que con el marratxiner agarrado a su escaño del Parlament, «no habría forma humana de mirar al futuro con un cierto optimismo».

En el PP existe la convicción de que «los partidos de izquierdas entrarán pronto en contradicciones entre ellos. Será nuestro momento para recuperar posiciones y rearmar el centro derecha regionalista. Pero con Bauzá eso habría sido imposible. Lo que toca este chico o se rompe, o se disloca, o se descerebra. Tiene una habilidad innata para sacar de quicio lo que manipula, sobre todo si son los suyos».

Además, el PP ya se veía venir el espectáculo del Parlament Balear «con 34 diputados más rojos que una sandía en agosto yendo a por él. Habría sido insoportable para el Grupo Popular tener que defenderle después de la fractura que ha provocado en la sociedad balear y en el seno del propio PP. Se hubieran quemado todos protegiendo a un jefe insalvable». Así, estas mismas fuentes indican que «su partida quita muchos argumentos a la izquierda, que ahora deberá hablar de sus proyectos y objetivos presentes y futuros y no del pasado».

En el PP ya hacían bromas sobre «¿cómo podrá soportar Bauzá las embestidas de Laura Camargo, portavoz de Podemos, que cuando se lanza dialécticamente a la carga es ácido sulfúrico?». Camargo se fue el año pasado de vacaciones estivales a Alaska, seguramente buscando un clima fresquito, después del año tan caliente que había tenido poniendo en marcha la maquinaria asamblearia del partido de Pablo Iglesias en Mallorca, que ha recogido un «excelente resultado electoral», según reconocen en privado miembros del PP, «aprovechándose de no pocos errores y manías de Bauzá».

En el PP ya vieron en la reunión de la junta directiva posterior al desastre electoral del 24-M que Bauzá quería largarse a Madrid. Pensaba hacer un congreso extraordinario en septiembre, designar a un sucesor y que le nombrasen a él número uno en la lista al Congreso en las generales de noviembre. «Era la forma más digna y noble de decir adiós». Pero todo se le torció. Madrid no quiso congreso en septiembre y Bauzá olió muy malos humores internos cuando apuntó la posibilidad de irse elegido por las urnas. José Ramón volvió a intuir sentimiento de derrota. Entonces se metió por la puerta trasera del Senado, aunque en realidad pierda mucha respetabilidad y se convierta en una estatua de sal del pasado.

A cambio tendrá un sueldazo, podrá nombrar a un secretario-asistente (probablemente alguien de su actual sanedrín) y se ubicará entre la pomada del poder madrileño, que es donde más a gusto se siente. Podrá vivir en su Madrid natal tres o cuatro días a la semana y volar a la isla cuando le plazca. Al Senado le llaman el «cementerio de elefantes». Pero de camposanto no tiene nada, en realidad es el paraíso de los políticos derrotados, el edén de los que han perdido el poder por la fuerza de las urnas. Nadie vive mejor en España que un senador.