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No se considera Rafael Durán (Tarragona, 1935) un historiador en sentido estricto, pero sus cuarenta y seis años en el Ejército y su curiosidad por las tácticas de los altos oficiales le otorgan una reconocida perspectiva de conferenciante. El director del ‘Aula General Weyler’ explica hoy en el castillo de San Carlos que La guerra de Cuba la perdieron los políticos.

—¿Quiere usted hacer una reivindicación del papel de militares como Valeriano Weyler en detrimento de los políticos?

—Eso no es necesario. El palmesano Valeriano Weyler Nicolau es, probablemente, el mejor general que ha dado España. A partir de ahí, la actuación de los políticos señalando lo que los militares habían de hacer o no, fue su responsabilidad.

—Pero la actividad del general Weyler en Cuba, como capitán general, es controvertida...

—Como todas las actividades humanas de relevancia. A Weyler los políticos que regían la España de finales del siglo XIX trataban de tenerlo alejado de cualquier actividad significativa en periodos de paz, pero lo reclamaban cuando se trataba de guerras.

—¿Cree en verdad que una pérdida tachada de ‘humillante’ como la de Cuba admite versiones?

—Siempre habrá versiones, controversias históricas imposibles de evitar. Pero yo diría que en el pacto de alternancia de gobierno entre Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta, las indecisiones tuvieron mucho más peso en la pérdida de Cuba por las armas que las actuaciones de los oficiales y de las tropas destacadas en aquella isla.

—¿Cambiaban las órdenes en aquellos tránsitos marinos por el Atlántico?

—Quizá ni siquiera era necesario. Un extraordinario literato posterior a aquellas peripecias dejó dicho que en España los documentos oficiales tenían la vigencia del tiempo que duraba fresca la tinta con la que habían sido escritos.

—¿Cree que los norteamericanos tuvieron menos influencia en Cuba que las dudas españolas?

—Resulta evidente. Ni los agentes infiltrados ni el Ejército norteamericano entre 1895 y 1898 tenían especial pericia para derrotar a unas tropas, a una flota y a unos oficiales experimentados sobre el terreno como eran los españoles. En la práctica las batallas las perdieron nuestros políticos, a muchas millas de allí.