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Son las cinco y media de la tarde en la Plaça del Mercadal, de Palma. La actividad se va animando a medida que el local de la asociación Zaqueo abre sus puertas. Decenas de personas hacen cola para recibir un plato de comida, un vaso de zumo, leche o una pasta. Algunos viven en la calle, otros tienen un lugar en el que dormir pero no el dinero para comprar comida.

Cada día desde hace 15 años, Ángel es el encargado de dar de comer a unas 300 personas; se reparten entre 220 y 260 cenas contando las que se dan para llevar y las que se sirven en las mesas del centro. Allí entran sin condiciones previas todos los que visitan el comedor. A Ángel sólo se le oye decir: «Por favor, antes de entrar, ponte la camiseta».

Realidades

Zaqueo recibe todas las tardes gente con historias diversas. Ahora, aproximadamente el 60 por ciento de los usuarios del comedor son personas no excluidas socialemente pero que en los últimos dos años se encuentran en una situación de riesgo; pero al principio los toxicómanos activos eran los principales beneficiarios del servicio. «Les oyes hablar, te cuentan lo que han vivido... Hay algunos que han pasado por cosas muy, muy duras», explica Ángel, «mujeres a las que pegan palizas todos los días, personas con problemas de drogas...».

La protagonista de una de estas historias es Alba Molina, una joven enana de 22 años nacida en Palma que, desde los 14, vive en la calle. Hace un tiempo, hizo un pacto con un nigeriano: se casaban, él conseguía los papeles y ella ganaba 500 euros. Se casaron en un municipio lejos de Palma (donde se les iban a hacer menos preguntas) y, poco tiempo después, empezaron los problemas. Él la violó y la dejó embarazada. Cuando el niño nació, ella seguía viviendo en la calle y el Estado se lo llevó a vivir con la madre de Alba, en el polígono de Levante. El segundo niño llegó con su pareja actual y también vive con su abuela, que puso una orden de alejamiento contra Alba. Ahora, ella y su novio duermen cerca del parque de la Riera y recogen chatarra en la calle. Al venderla, ganan unos 10 o 15 euros diarios. Ambos van a comer todos los días a Zaqueo, donde a veces les dejan darse una ducha. «La verdad es que hambre no pasamos, nos dan siempre de comer. El problema es la higiene», dice Alba. Cuando no encuentran un sitio cubierto en el que poder ducharse, utilizan garrafas de agua y se bañan en la calle echándosela por encima. Las compresas y el resto de productos higiénicos, cuenta, se los da la Cruz Roja.

Extranjeros

Isabel es otra usuaria habitual de Zaqueo originaria de Mozambique. Duerme en una finca abandonada con otros indigentes y vive de la comida que los trabajadores de los supermercados le dan a la hora de cerrar. Una orden de desalojo les hará abandonar el edificio a final de mes. «Tendremos que buscar otro sitio vacío en el que quedarnos», cuenta Isabel, que es esquizofrénica y también padece de bipolaridad. Hasta hace poco, dormía en el refugio de Ca l’Ardiaca, de donde dice que la echaron.

Otro habitual del comedor es P. S., un hombre polaco que no quiere dar su nombre ni permite que se fotografíe su rostro. «Luego será más difícil encontrar un trabajo», explica. Tiene 39 años y vino a Mallorca hace 12 para trabajar en la construcción. Vive con su pareja, una mujer ucraniana, en Palma, pero hace ya seis meses que no encuentra trabajo y todos los días come en Zaqueo.

En la organización aseguran que sus objetivos son, ahora más que nunca, seguir denunciando la situación de los «sin techo, los cronificados en la calle [...] para los que deberían arbitrarse soluciones».