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Periódicamente saltan a la palestra asuntos polémicos cuyo debate apenas conduce a ninguna parte. Ha vuelto a ocurrir, con la iniciativa de ERC de eliminar de los colegios la presencia del crucifijo en una maniobra parlamentaria que más parece obedecer a un intento de promover discusiones ciudadanas sobre temas alejados de los verdaderos y gravísimos problemas que acosan a la sociedad española.

Con cuatro millones de parados, una auténtica epidemia de corrupción política que ataca a todos los partidos, un sistema educativo que no funciona, una situación económica crítica, una sanidad con gastos desbocados y un futuro más que incierto, a los españoles les preocupa más bien poco "o nada" qué símbolo preside el aula en la que estudian sus hijos, a menos que se tratara de algo ofensivo, como podría ser una cruz gamada o algo similar.

En un país donde millones de niños se educan en centros religiosos porque así lo han decidido sus padres, despertar este debate es absurdo. Por supuesto que los centros educativos públicos deberían regirse por el espíritu aconfesional que consagra la Constitución, pero una decisión de este tipo no debe tomarla un partido en solitario, ni siquiera uno mayoritario, cuánto menos uno testimonial, como ERC. En esto, como en toda cuestión que afecta a las sensibilidades y las creencias, el respeto y el consenso deben ser las prioridades.

De cualquier forma, España tiene grandes problemas por afrontar y por solucionar de manera urgente y quizá ERC haría mejor en proponer soluciones imaginativas y eficaces a los asuntos acuciantes que restan calidad de vida a los ciudadanos, antes que fijarse en detalles que, aunque con una carga simbólica importante, tampoco hacen daño a nadie.