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Cuatro kilos de cloratita cambiaron su vida para siempre. Hoy se cumplen 24 años del atentado en la calle Balmes de Barcelona y para Bartolomé Salvà, el primer mallorquín víctima del terrorismo en España, el dolor no se ha mitigado. «La tragedia del cuartel de Palmanova me ha devuelto a aquel mes de septiembre de 1985. Otra vez ha vuelto el insomnio».

Salvà, que se apellida igual que el guardia civil mallorquín asesinado por ETA en julio pasado, salvó la vida, pero nunca ha remontado el vuelo. Tenía 28 años y se trasladó a Barcelona en busca de un futuro laboral más claro. Lo contrataron como camarero en una conocida y lujosa sauna de la calle Balmes. Bartolomé trabajaba a gusto y ni por asomo intuía que aquel negocio era objetivo de un grupúsculo de Terra Lliure: las Milicias Catalanas. A las cinco de la madrugada acabó su jornada laboral y cuando se dirigía a la puerta del local un estrépito espantoso lo propulsó. Luego humo, fuego y gritos. Sus compañeros, como él, estaban heridos y pululaban como zombies por el establecimiento, buscando una salida en al ratonera mortal. «Sabía que había una salida de emergencia y fuimos hacia allí. Sólo tenía un pequeño mechero y la puerta estaba atrancada. No podíamos respirar por el humo, estábamos aterrados». Al final, Bartolomé consiguió abrir la puerta y el grupo alcanzó la calle, negros por el hollín y terriblemente conmocionados. «Tenía cortes por todo el cuerpo y no podía respirar», cuenta. Declaró en la comisaría de San Gervasio y después en Layetana y después se dirigió a su pensión, en la calle Del Carmen. Nadie sabía que pernoctaba allí, por eso se asustó cuando la recepcionista le dijo que acababan de irse «dos señores vestidos de oscuro que preguntaban por usted». No sabía que estaba pasando y cogió sus pertenencias y se adentró en la boca del metro. Posiblemente padecía una fuerte conmoción cerebral, porque a partir de ese momento sufrió una crisis severa de amnesia. Meses después regresó a Palma, en un estado lamentable, y las secuelas psicológicas del atentado marcaron sus años venideros. Estuvo ingresado dos veces y sus allegados pensaban que sufría esquizofrenia. Al final, se comprobó que su pánico era consecuencia del atentado de la calle Balmes y el Gobierno lo reconoció como víctima del terrorismo. Le otorgaron la incapacidad permanente y desde entonces recibe una pensión del Estado. Ingresó en la AVT (Asociación de Víctimas del Terrorismo) y cada año viaja a Barcelona y camina hasta la antigua sauna volada por la bomba. Es como una peregrinación para él: «Me ayuda, me da paz». Hace unos años le comunicaron que ETA podía haber colaborado en el atentado de 1985 y en 2001 el Govern Balear le condecoró en Palma por todos sus sufrimientos. Siguió con antidepresivos, ansiolíticos y desvelándose por las noches. Con fobia social y pánico a los espacios donde se reúne mucha gente. Escuchando una y otra vez la explosión de Balmes. «Yo antes era racista, casi de ultraderecha. Cosas de la vida, ahora he recobrado un poco la alegría gracias a una amiga que es ecuatoriana». Aún así, Bartolomé tiene claro que con ETA o con los terroristas no se puede negociar: «Nunca, bajo ningún concepto». Y sobre los GAL se muestra claro: «Era un mal necesario».

El 30 de julio los etarras asesinaron a Diego Salvà y Carlos Saénz de Tejada colocando una bomba lapa en su todoterreno, frente al cuartel de Palmanova. «Cuando me enteré me quedé fuera de juego. No puedo dormir. Me habría gustado ser la primera y última víctima mallorquina de los terroristas».