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Transcurridos seis meses desde que accediera al poder Barack Obama como presidente de los Estados Unidos, llega la hora en la que la opinión pública norteamericana comienza a cuestionar algunos de los aspectos de la política que viene desarrollando la Casa Blanca y las perspectivas de futuro.

Obama accedió al poder con una enorme cuota de popularidad, fruto de una inteligente campaña, pero también de la convulsa y problemática Administración Bush, que acumuló enormes errores en política internacional y acabó con el surgimiento de una crisis financiera sin precedentes que rebotó en el resto de países del planeta.

La situación enquistada de Irak, con el nuevo presidente, el primero de color que accedía a la presidencia de la primera potencia mundial, encontraba una vía de salida, con una gradual retirada de tropas y el fin de la invasión de aquel Estado. También le granjeó anormes simpatías la nueva política destinada al cierre de Guantánamo, un penal a todas luces ilegal en el que como norma general no se respetaban muchos de los derechos a los que pueden acogerse los detenidos.

Ahora bien, transcurrido el tiempo, el incremento de la presencia norteamericana en Afganistán, con el aumento consiguiente de enfrentamientos, de errores, de víctimas inocentes, no ha hecho más que reducir la popularidad de Obama. Popularidad que también se ha visto afectada por una percepción en los ciudadanos de EE UU de que la salida de la crisis es compleja y que la Administración no está haciendo todo cuanto debiera. Eso amén del asunto de Oriente Próximo, donde las alianzas son las que son e Israel es un aliado indiscutible de Norteamérica con todas sus consecuencias. Y eso, al mundo árabe no acaba de gustarle. En cualquier caso, queda mucho aún y habrá que esperar más tiempo para evaluar en su justa medida lo que va a suponer la presidencia de Barack Obama.