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Transcurridos los primeros cien días de la presidencia de Barack Obama sus índices de popularidad permanecen inalterables, toda una manifestación de confianza de los norteamericanos en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. El dato resulta significativo por cuanto durante estos algo más de tres meses la recién estrenada Administración demócrata ha adoptado multitud de decisiones en cuestiones tan delicadas como la economía, las relaciones con Latinoamérica y Europa o la política de defensa. No hay duda de que Obama no ha cambiado sólo las formas con su predecesor, el republicano George Bush, sino también el fondo.

Es probable que cien días no sean un período suficiente para analizar en profundidad lo que será el mandato de Barack Obama, pero en todo caso deja indicios de los derroteros por donde va a discurrir. En este sentido cabe celebrar un talante menos dogmático y más dialogante que el de la etapa Bush, un cambio que la comunidad internacional celebra, y en especial cuando se trata de abordar asuntos tan espinosos como las relaciones con Irán o Cuba.

El balance general, por tanto, de la entrada de Obama en la Casa Blanca es positivo, aunque ello no significa que no haya aspectos sobre los que se mantienen dudas repecto a la posición final que adoptará el presidente norteamericano. En el plano interno queda pendiente acometer la reforma del sistema sanitario público, uno de los más pobres de los países occidentales, promesa estrella de su campaña electoral. En el orden internacional queda por aclarar las responsabilidades de las torturas en Guantánamo y definir el nuevo marco de las relaciones con el régimen comunista de Cuba.