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Sobre él se han escuchado chistes, críticas feroces, alabanzas y adhesiones inquebrantables, aunque para la mayoría la imagen de Pedro Solbes quedará irremediablemente unida a esta época de crisis alarmante en la que ha sido «despedido». Sin embargo, a sus espaldas quedan más de cuatro décadas de servicio público, una imagen campechana y cercana y la confianza de dos presidentes socialistas: Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero.

Hacía meses que quería abandonar el barco del Ejecutivo, cansado, y comentaba por los pasillos que «a ciertas edades uno ya tiene que ir pensando en hacer otro tipo de cosas». Se refería a su edad (66 años), que coincide con la que la mayoría de los españoles se jubila, y a su larga trayectoria. Dicen las malas lenguas que los encontronazos con Zapatero en estos últimos meses de crisis han sido continuos, porque Solbes siempre ha sido claro y metódico, una especie de guardián de las cifras macroeconómicas que lograron estabilizar la economía española durante años. No pensaba lo mismo el presidente, más pendiente de aumentar el gasto público a pesar de la crisis, proclive a celebrar ciertas alegrías presupuestarias y a dejar para otro momento las necesarias reformas estructurales que exige la economía española. Solbes, como cualquiera que entienda algo de economía, sabe que lo urgente ahora es abandonar el crecimiento basado en el ladrillo y buscar alternativas más inteligentes.

A la hora de las despedidas, se le podrá recordar como el ministro que sacó al país del déficit fiscal y consiguió el superávit de las arcas públicas más abultado de la historia al encadenar catorce años seguidos de dinámico crecimiento.