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La calma se impuso ayer en los principales mercados financieros tras las brutales inyecciones de liquidez que vertieron en el sistema los bancos centrales de Estados Unidos y Europa, una medida de emergencia para evitar un crack definitivo de consecuencias impredecibles. Sin embargo, el problema no está resuelto y las turbulencias no van a cesar, al menos así lo vaticina el Fondo Monetario Internacional (FMI), que no descarta más desplomes "la aseguradora americana AIG parece estar al borde de la quiebra".

Todo empezó, conviene recordarlo, hace apenas un año, cuando se disparó la morosidad de las hipotecas concedidas por la banca americana muy por encima del valor real de los inmuebles. El estallido de las subprime ha generado una onda expansiva que no deja de crecer y afectar a todas las economías occidentales, entre ellas la española. En definitiva, el sistema financiero mundial carece de liquidez y confianza suficiente para afrontar en solitario la situación; circunstancia que está obligando a los bancos centrales a tener que adoptar medidas extraordinarias.

Es irrealista equiparar la crisis actual con la de 1929, por fortuna desde entonces se adoptaron medidas garantistas que, en todo caso, palían sus consecuencias directas sobre los pequeños inversores. No obstante, lo que está ocurriendo endurecerá, sin duda, las condiciones de financiación a empresarios y ciudadanos, un elemento que se añade a la ralentización de la actividad económica en todos los países occidentales. La concesión de préstamos hipotecarios por encima del valor del inmueble y, además, sin aval es una situación que pertenece al pasado, y eso con unos tipos que en Europa es complicado que bajen. Ahora, todos, estamos pagando la avaricia de un sistema financiero global que carece de normas intercontinentales.