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Julieta, la avioneta de la expedición organizada por Antonio Cerezo en homenaje al noruego Roald Amundsen, fue la primera aeronave privada en llegar a Ny Alesund, en la isla Spizbergen. Nunca antes se había aterrizado en el pueblo que por primera vez vieron Amundsen, Nóbile y Ellsworth en su epopeya ártica.

El viaje desde Son Bonet a Noruega, «un país verde al sur y blanco al norte» transcurrió en diez días con un sólo inconveniente: la meteorología. El hielo no afectó a la avioneta y las precauciones fueron las indicadas, los pilotos tuvieron etapas de seis horas, con turnos de pilotaje alternados y la navegación por satélite funcionó a la perfección. El homenaje que Cerezo, Rossich y Viscarro rindieron a los pioneros en sobrevolar el polo norte, tuvo su momento culminante delante del monumento que se erige a su memoria. En ese punto, Bodil Paulsen, directora del Centro de Investigaciones Internacional que investiga el movimiento de la corteza terrestre, recibió una placa del Ayuntamiento de Palma, fusil al hombro. El motivo de llevar obligatoriamente el arma es porque los 120 habitantes conviven con 3.000 osos blancos, que atacan sin avisar. La torre desde la que el dirigible se amarraba permanece como símbolo de la historia de la navegación, mientras que las tormentas, la investigación y los extraordinarios espectáculos de las noches sin oscuridad, recuerdan a quienes ayudaron a llegar a este desarrollo actual del siglo XXI.