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Anoche comenzó la campaña electoral, un acto meramente simbólico "autoriza a los candidatos a pedir el voto" puesto que, en realidad, es una simple prolongación de una larga precampaña que podría abarcar toda la legislatura. Lo cierto es que los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, encaran las dos semanas previas al 9-M con un ajustado empate técnico en las encuestas, circunstancia que, con total probabilidad, marcará la estrategia el discurso de los candidatos, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, que están abandonando la fase de las promesas electorales para entrar en la del ataque directo y personal.

La ausencia de un claro vencedor, aunque algunos analistas advierten de la posible existencia de un voto oculto favorable al PSOE, supone que los dos candidatos se van a tener que jugar el resto en los debates televisados que se han anunciado, una confrontación directa de los candidatos a la presidencia del Gobierno que no se producía desde hace quince años. La bolsa de voto indeciso es el que puede dar la victoria a socialistas o conservadores, toda vez que existe una especie de consenso previo de que será el partido más votado el que tendrá la responsabilidad de formar Gobierno.

La de hace cuatro años fue una campaña que acabó de manera abrupta, violenta, con el atentado del 11-M y que desbarató las previsiones demoscópicas que daban una victoria segura al Partido Popular. Ahora, con otro escenario, los partidos vuelven a someter a la consideración de los ciudadanos sus propuestas en una campaña que, lamentablemente, volverá a primar el ruido y el efectismo publicitario sobre la idoneidad y su rigor en un momento muy delicado de la política y la economía española.