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Alberto Ruiz Gallardón ha quedado, definitivamente, apartado de las listas del Partido Popular al Congreso de los Diputados por una decisión personal de su presidente nacional, Mariano Rajoy. El actual alcalde de Madrid, en un gesto que le honra, ha reconocido sin paliativos su derrota frente a la que se ha convertido en su principal adversaria, Esperanza Aguirre, y el sector más duro de la formación conservadora.

La jugada de Rajoy contra Gallardón significa segar las opciones de futuro al sector más centrista y moderado del Partido Popular para fortalecer el ala más radical y ortodoxa, encarnada por Acebes y Zaplana. Es cierto, decir lo contrario sería faltar a la verdad, que buena parte de la militancia del PP no entendía los guiños y concesiones progresistas de Alberto Ruiz Gallardón; pero también es cierto que son los que le han permitido revalidar el triunfo conservador en el Ayuntamiento de Madrid.

En consecuencia, Rajoy y el PP afrontan la cita electoral del próximo 9 de marzo sin variar ni un ápice la orientación ideológica de los últimos cuatro años, inamovibles en una radicalidad que, hasta el momento, sólo les ha dado buenos resultados en las encuestas "que no en las urnas" hasta alcanzar un empate técnico con el PSOE.

Lo cierto es que el Partido Popular se muestra, con sus actuales dirigentes, dispuesto a perder "el propio Gallardón ha planteado su retirada tras las próximas elecciones generales" a uno de sus valores más representativos. No parece que ésta sea la senda más adecuada para que los segmentos electorales ideológicamente situados en el centro y el centroderecha, que el PP dice querer representar, se sientan cómodos con la decisión de Mariano Rajoy.