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s una noche extraña, siento pena porque se cierra un largo ciclo, y alegría a la vez, al sentir el cariño de la gente, de los clientes que vienen a despedirse, son muchas emociones y recuerdos que vienen a mi mente», comentaba Elena Martínez, quien no cesaba de saludar a los clientes que acudieron por última vez a la conocida discoteca Asai, la noche del pasado día de Reyes. Abrazos, besos y comentarios llenos de nostalgia fueron la tónica de esa triste noche.

El Asai cerró sus puertas después de 31 años de constante actividad. ¿El motivo? La venta del edificio a una importante empresa inmobiliaria.
Una antigua casona de piedra y madera que, en algún momento, fue una fábrica se convirtió en Trui en 1976, en una sala de música en directo, de la mano de Miquel Jaume. Siete años después se transformó en Marengo, una discoteca atípica. Después vendrían otros nombres, Kremlin, Sala 54... hasta que en junio de 1989, Miguel Anadón tomó las riendas del local, al que bautizó como Asai. Ubicada en la plaza Porta de Santa Catalina, en Palma, acogía cada fin de semana a cientos de palmesanos de todas las edades dispuestos a pasar una buena velada o apurar las últimas horas de la noche o... de la mañana, según se mire.

«No sabemos dónde iremos, tenemos recuerdos muy hermosos, somos parte de ella», comentaban Marian, Lina y Julia que, sagradamente, acudían desde hace 18 años cada fin de semana, porque según ellas la gente se sentía allí realmente libre.

Pese a su austera decoración e iluminación, dos barras y sencillas sillas, la sala se llenaba todas las noches de gente. Anadón recuerda que antes la gente salía todos los días de la semana, ahora sólo lo hacen viernes y sábados, como mucho, los jueves.

«Por si el tiempo me arrastra a playas desiertas, hoy cierro yo el libro de las horas muertas. Hago pájaros de barro. Hago pájaros de barro y los echo a volar», canción de Manolo García, sonó una vez más, pero esta vez como un melancólico himno, como un canto de despedida, el pasado día de Reyes. Esa noche amaneció más pronto, la fiesta llegó a su fin, en la piedra de la sala quedaron grabadas para siempre risas, brindis y falsas promesas de amor. Se fue como llegó, en silencio. Los pájaros de barro alzaron su vuelo y el libro de las horas muertas selló otro capítulo donde sólo quedarán recuerdos. lTexto : Cristián Castro
Fotos: C.Castro/J.Morey