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sta podría ser la historia de un peregrinaje más al Camino de Santiago, s no fuese por la particularidad de que en esta ocasión las protagonistas son un grupo de mujeres internas en la prisión de Palma.

La Pastoral Penitenciaria y el Centro Penitenciario de Palma organizaron esta actividad y las reclusas que participaron fueron Esther, Adriana, Nuri, Inma, Manoli, Eva, María Jesús y Teresa. Les acompañaron Jaume Alemany, Mariano Moragues y Esteban Serna, los tres miembros de la Pastoral; Isabel, una voluntaria de esta misma entidad que ejerció de cocinera; y Concha e Isabel, ambas Trabajadoras Sociales del centro.

El objetivo era fomentar la convivencia, el trabajo en equipo y favorecer que retomasen el contacto con el exterior. Unas metas que las participantes y sus acompañantes consideran logradas, ya para Esther la experiencia fue como sentir «el olor de la libertad». Para Eva significó «valorar más la vida y tener nuevas ilusiones». Mientras que para la benjamina, Adriana, le aportó «más fuerza para cuidar de mi hijo». A Manoli le sirvió «para pedir perdón». Además coinciden en que han aprendido a «querer y a cuidar más todo lo que tenemos». Son unánimes también a la hora de apreciar que hacer el Camino les ha ayudado tener nuevas ilusiones y a ordenar sus ideas. Así, kilómetro tras kilómetro, indican que han tenido la oportunidad de reflexionar y de encontrarse a sí mismas, pensar en sus errores y en lo que querían que fuese su futuro. En definitiva, una experiencia que «hay vivirla y sentirla», y que aconsejan a todo el mundo. Nuri añade que esta vivencia sería especialmente buena para todos aquellos presos que tienen por delante condenas largas y no tienen alicientes, porque cree que «les puede proporcionar la esperanza y la fuerza que necesitan».

La ruta elegida fue el último tramo del Camino Francés, lo que supuso recorrer un centenar de kilómetros a pie, desde Cebreiro hasta el Pórtico de la Gloria, donde recibieron sus respectivos certificados Compostelanos. Toda una proeza si se tiene en cuenta que, a excepción de Inma, el resto reconoce que su único entrenamiento previo era «ir de silla en silla». Eva incluso señala que jamás hubiera creído que sería capaz de exclamar: «Dios, en qué lío me he metido. ¡Quiero volver a la cárcel!». Manoli, ordenanza de la enfermería en prisión, jugó un papel muy importante para aliviar las ampollas, dolores musculares y otras contrariedades, lo que permitió al grupo continuar con la ruta prevista.

Esos sinsabores no impidieron que las anécdotas se sucedieran a lo largo de los siete días en los que se prolongó en viaje. Inma propició la primera cuando se dirigió al personal de la compañía aérea que facturaba su equipaje tratándolo de «señor funcionario», porque vestía de azul, al igual que el personal que trabaja en prisión. Y es que dentro de prisión hay una jerga propia e Inma era, del todo grupo, la que llevaba más tiempo sin salir, cuatro años.

Desde su partida, la intención del grupo fue mantener el anonimato y no dar explicaciones sobre su procedencia. Sin embargo fue un propósito que se truncó en varias ocasiones. Una de esas veces fue con una posadera y su respuesta fue invitarlas a las bebidas, al tiempo que afirmaba que «todas las personas llevan su condena». De nuevo ocurrió en la Catedral de Santiago, cuando el sacerdote que oficiaba la misa mencionó la presencia de un grupo de reclusas procedentes de Palma para anunciar que procederían a encender el botafumeiro con motivo de su visita. Fue uno de los momento más emotivos del viaje.

Tras un tiempo de privación de libertad, estas peregrinas relatan que estar rodeadas de la naturaleza y contemplar a cielo abierto las estrellas, fue lo que más les impactó, describiéndolo «como un sueño». A su vez, destacan que acariciar un perro, el poder elegir y adquirir una prenda de vestir o disponer de dinero en efectivo, fueron otras de las muchas pequeñas cosas con las que disfrutaron, porque en prisión no se les está permitido. También destacan que el recibir ayuda de un desconocido o la aceptación que obtuvieron de aquellas personas a las que les revelaron su condición de reclusas fueron gestos que no olvidarán.

Aurora Ferrer