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La cumbre de la Unión Europea (UE) y la Unión Africana (UA) se ha saldado de forma positiva para ambas partes, aunque aún reste el escollo de determinados desacuerdos en el terreno comercial. Sin embargo, por lo demás, las valoraciones por ambas partes han sido enormemente positivas. Y es que incluso en este terreno, no ha habido una ruptura y el presidente de la Comisión, el portugués Durao Barroso, hablaba de la necesidad de una transición suave.

Lógicamente, estamos ante un primer paso para avanzar en unas relaciones que debieran llevar a un mayor desarrollo africano de la mano de la vieja Europa, una relación que, en cualquier caso, será beneficiosa para ambas partes. Porque de este modo se garantizaría un futuro digno a la población de países que están atravesando momentos muy difíciles, se pondría coto al drama de una inmigración que se juega la vida en aguas tenebrosas para alcanzar un mejor nivel de vida y supondría un relanzamiento económico que sería beneficioso tanto para europeos como para africanos.

Pero no debemos engañarnos, la cumbre ha supuesto el inicio, que se pongan los primeros pilares de una evolución en la que queda mucho por hacer, sobre la que hay mucho que trabajar para alcanzar la deseada colaboración entre los Estados de los dos continentes, lejos ya de aquella explotación colonial a la que estuvieron sometidos durante siglos y que, afortunadamente, ya ha desaparecido. Es, por tanto, el momento de elaborar nuevas vías. Aunque también los países africanos deben trabajar por el reforzamiento de la democracia y la eliminación de la corrupción, elementos imprescindibles para un normal desarrollo en este sentido.