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En los últimos días, coincidiendo con la tradicional recepción del Rey a las nuevas autoridades de Balears, con motivo de la renovación de cargos tras las elecciones, se ha querido generar, de modo artificioso, una polémica sobre la presencia de la Familia Real en Mallorca.

La Familia Real hace décadas que hace uso del palacio de Marivent como residencia estival, desde su cesión por parte de la Diputación Provincial a mediados de la década de los años 70. Desde entonces, cada verano, sin interrupción, don Juan Carlos y doña Sofía han pasado a formar parte del paisaje estival de Mallorca; sin que, en ningún momento, se haya producido las más mínima tensión en esta feliz convivencia.

La mayoría de la sociedad mallorquina siempre ha sentido con orgullo, y discreción, la presencia de los Reyes y sus hijos en Marivent. Ésta es la realidad que los actuales dirigentes han vuelto a transmitir a don Juan Carlos en las recepciones del pasado jueves en el Palau de l'Almudaina, como no podría ser de otro modo.

La reacción a un comunicado de las juventudes de Esquerra Republicana de Catalunya en Balears -respetable, pero muy minoritario- ha provocado, con excesiva precipitación e injustificada alarma, un alud de pronunciamientos por parte de representantes de algunas entidades representativas de la sociedad civil mallorquina, en especial las vinculadas con el sector turístico, requeridos para ¿defender? la Monarquía. Era inapropiado e innecesario.

Don Juan Carlos, como casi siempre, es que el mejor ha sabido solventar la situación: total normalidad democrática. Efectivamente, España, una monarquía constitucional, tiene un modelo de Estado que permite la defensa de la República ante su Rey, que en Mallorca goza de la simpatía e, incluso, el afecto de la inmesa mayoría de los mallorquines, sin que sea preciso formular solemnes declaraciones y hacer expreso reconocimiento de lo que es obvio: el aprecio a la Familia Real.