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Rosa Huguet, la recién doctorada zooarqueóloga que encontró esta semana un diente de 1.200.000 años de antigüedad lloró cuando se confirmó la sospecha más esperanzadora: era humano. Y no es para menos, porque entre sus dedos sostenía la prueba fehaciente de que Europa, España, estaba habitada por seres humanos en fechas muy anteriores a lo que anunciaban los más aventurados. En efecto, según avanza la investigación arqueológica se va atrasando a la vez la edad de la humanidad y también la antigüedad de los europeos. En este sentido Atapuerca, el yacimiento ya mundialmente famoso situado en las sierras de Burgos, vuelve a confirmarse como el tesoro que es.

Bien, ya sabemos que los europeos llevamos aquí al menos 400.000 años más de lo que se creía y eso, en parte, es una gran noticia. Grande porque pone de relieve que la humanidad es más vieja cada día y también porque se amplían las posibilidades en cuanto al verdadero origen del ser humano. Desde hace décadas se enfrentan quienes defienden un único origen africano de toda la humanidad, que se desplegaría por el resto del mundo desde el continente negro; y quienes han creído en orígenes múltiples para los pueblos que, luego, habrían conquistado el planeta en diferentes etapas.

Recientemente la teoría africana parecía imponerse, pero quizá Atapuerca aporte pruebas que dén parte de razón a quienes creyeron que «siempre estuvimos aquí». Aunque, a la postre, lo que queda claro es que humanidad sólo hay una y, naciera donde naciera, ha ido evolucionando de forma paralela en unos y otros lugares desde tiempos remotísimos. Recordemos que en ese tiempo oscuro, hace 1.200.000 años, ya fabricábamos herramientas. Es decir, éramos personas entonces igual que ahora, a pesar de la tecnología.