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Se despide de la política el hombre que, con una década en el poder, consiguió devolver la fe a los laboristas británicos, tras años de resignación ante los consecutivos éxitos electorales de los conservadores. Tony Blair llegó al número 10 de Downing Street siendo joven, dinámico, un laborista fuera de lo que se estilaba en un partido que arrastraba los modelos económicos y sociales de los años treinta. No sin complicaciones dentro del partido, logró poner el laborismo en la senda del siglo XXI, dándole además votos que nunca tuvo, arañándoselos al Partido Conservador, que encontró en el centrismo de Blair un referente.

Ayer salía para siempre de Downing Street y la víspera se despedía del Parlamento donde durante tantos años ocupó un escaño y, cosa rara, logró despertar los aplausos de su propio grupo y de la oposición, que se puso en pie para brindarle un reconocimiento que pocos habrían logrado.

Ahora pasa a ocupar responsabilidades en la política internacional, como mediador en el conflicto de Oriente Medio, curiosamente un polvorín que él mismo contribuyó a avivar con su activa participación en la guerra de Irak junto a Bush. En su currículum quedará para siempre la luz de haber firmado paz en Irlanda del Norte y la sombra de la guerra iraquí.

En Londres el relevo estaba más que pactado y será Gordon Brown quien ocupe la vivienda oficial del primer ministro y las riendas de un Gobierno al que todavía le quedan tres años de legislatura. Es un político veterano, que ingresó en las filas laboristas siendo muy joven y muy convencido. Hoy ya no es joven, pero sigue siendo un efusivo defensor del laborismo y entre sus objetivos está devolver a su partido político al lugar que le corresponde: el de los logros sociales.