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Aunque el ruido mediático de la política resuena todavía a elevado volumen, hay otras noticias que claman al cielo y que quizá por casi habituales empiezan a pasar desapercibidas. La muerte de una joven rumana a manos de su marido en Almagro vuelve a poner sobre el tapete de la actualidad un asunto que no hemos conseguido resolver a pesar de los muchos intentos. Desde el ámbito de la política, de la seguridad, de la justicia y, sobre todo, de la presión social, la violencia doméstica sigue siendo casi un tema tabú. Así lo revelan hechos como los de esta semana, en la que una rumana de 29 años ha sido asesinada a golpes de barra por su marido, con el que tenían ya diez hijos -entre dos meses y diez años- y malvivían de la mendicidad. El otro caso, escalofriante, es el de un ucraniano que ha matado a su ex novia, a la madre de ésta y a un primo suyo en un pueblo valenciano.

Hay que preguntarse por qué nuestro país acoge a individuos de esta calaña y por qué en casos que ya han pasado por la Justicia siguen sin cumplirse las condiciones impuestas por el juez. Hay 1.700 personas condenadas por delitos de maltrato familiar o de género que no están recibiendo el tratamiento rehabilitador impuesto. Hay mujeres con órdenes de alejamiento que viven en permanente estado de pánico porque nadie garantiza que su agresor se mantenga lejos. Se sigue haciendo una frivolización constante de la violencia y una permanente difusión de la imagen clásica del macho arrogante y seductor que, en el fondo, perpetúa el cliché de hombre protector que supuestamente todas las mujeres necesitan al lado. Estas situaciones absurdas y preocupantes deben cambiar de forma radical y para eso, como para casi todo, lo que hace falta es un esfuerzo de imaginación, de determinación y, por supuesto, de fondos y de medios.