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Por más que también existen opiniones contrarias, el cambio climático es hoy ya para la mayoría de los expertos algo más que una hipótesis. Sus consecuencias reales se advierten progresivamente en muchos lugares del planeta, anotándose cambios en el comportamiento de especies animales y alteraciones en los normales ciclos agrícolas. Todo ello, aún otorgándole la importancia que en sí tiene, podría estar relegando a un segundo plano un aspecto del que se está hablando bastante menos, como es la influencia del cambio sobre la vida de millones de seres humanos. Es cierto que desde Naciones Unidas se ha llamado ya la atención sobre la posible extensión de las hambrunas y las consecuencias demográficas que de ello se derivarían, pero no es menos cierto que dichas llamadas parecen encontrar hasta ahora menos eco entre las Administraciones de buena parte de los países considerados como ricos o desarrollados, cuando en realidad el problema que podría surgir afectaría a todos, ricos y pobres. La noción de un nuevo tipo de refugiado, el «refugiado medioambiental», no pertenece actualmente al campo de la especulación, ni de la ciencia ficción. De dar por buenos determinados informes, millones, o incluso cientos de millones de personas podrían verse forzadas a un insólito éxodo como consecuencia de las sequías o inundaciones relacionadas con el impacto del cambio climático que sería particularmente grave en los países menos desarrollados. No hay duda de que esos fenomenales desplazamientos de población cambiarían en cierto sentido el hecho migratorio, tanto la inmigración como la emigración, tal y como lo venimos entendiendo hasta hoy. Y ello, por sí solo, ya es algo que debería merecer mayor atención por parte de aquellos que tienen a su alcance la posibilidad de prevenir los problemas que se podrían presentar.