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Nuestra democracia es todavía joven, pero treinta años son suficientes para pensar que empieza a ser adulta y deberíamos exigirle comportamientos más maduros. Nos referimos a dos asuntos en particular: las listas cerradas y los debates televisivos. Sobre lo primero, se podría empezar a plantear con absoluta normalidad la modificación del actual sistema para incorporar listas abiertas, en lo que sería un ejercicio de higiene política y de libertad de elección para los votantes, porque de verdad podríamos designar a un candidato y eliminar a otro, aunque sean del mismo partido.

Sobre lo segundo, veamos. Recientemente las audiencias televisivas se han disparado cuando un programa ha dado la oportunidad a cien ciudadanos de plantear una pregunta al presidente del Gobierno y otra al líder de la oposición. ¿Qué demuestra ésto? Que la ciudadanía está interesada en la política, no existe el pasotismo que se nos atribuye, lo que hay es cierto hartazgo por el comportamiento huidizo y agresivo habitual en los políticos.

¿Por qué en Francia es posible ver frente a frente a quienes se disputan la presidencia del país? Quizá porque es una nación a la que avalan siglos de democracia y de comportamiento cívico. Nadie se asusta, nadie teme dar la cara y defender sus postulados, siempre manteniendo las formas y el respeto.

Aquí no. No se atreven, ponen pegas, aplazan la oportunidad que nunca llega. Y mientras los ciudadanos tenemos que conformarnos con proclamas partidistas, mítines para los acólitos y programas que pocos se animan a estudiar. La televisión sigue siendo el mejor escenario y ante sus focos deberían presentarse quienes de verdad pretendan llegar a los oídos y al corazón de las personas que, a la postre, tienen la última palabra en democracia.