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Las vacaciones escolares de Semana Santa están viviendo sus últimas horas y los niños se preguntan por qué ha tenido que llover tanto precisamente cuando las obligaciones educativas les dan un respiro para poder lanzarse de lleno a la diversión y al juego. Aunque quizá en parámetros similares a los de otros años en cuestión de pluviosidad -se han registrado 4,5 litros por metros cuadrado en Palma-, lo cierto es que a los palmesanos nos parece que este año en Pascua ha llovido más que nunca. Escasos rayos de sol se han filtrado durante los últimos diez días a través de la densa capa de nubes lluviosas que ha cubierto la Isla dando al traste con todas las actividades al aire libre que cualquiera pudiera haber planeado.

La Feria del Libro de Ocasión que se celebra en los jardines de La Misericòrdia también ha languidecido al son de la lluvia intermitente. Algunos valientes, armados con gabardinas y paraguas, se han lanzado a la aventura, con la idea de sacar a los niños a disfrutar de la calle, pero el agua ha podido con la mayoría, que ha preferido quedarse en casa o bien resguardarse en centros comerciales y cines. Igual ha ocurrido con parques infantiles, circuitos cicloturísticos, lugares para ir a patinar... cualquier actividad lúdica al aire libre ha sido postergada para días venideros, con la confianza de que, quizá, quién sabe, el último fin de semana de las vacaciones sea un poquito más benévolo.

No sólo a los turistas les han fallado la playa y las terrazas, también los mallorquines han tenido que improvisar planes «intramuros» para hacer más llevaderas las vacaciones de los chavales, que se han quedado sin romerías, sin playa, sin paseos, excursiones y demás. En Palma las propuestas de ocio y entretenimiento organizadas por las instituciones durante estos días también han quedado desoladas. El Festival Mundial de Danses Folklòriques ha estado pasado por agua y, aunque los grupos invitados han hecho lo posible por mostrar su buen hacer, la verdad es que su esfuerzo ha quedado deslucido por el mal tiempo. Al incoveniente de estar mojándose, los bailarines han visto añadirse el peligro de sufrir accidentes por resbalones y el de arruinar el equipo eléctrico de sonido.

Julián Aguirre