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En ningún momento hemos bajado la guardia pensando que la amenaza islámica había disminuido ni un ápice, pero los últimos acontecimientos hacen pensar que el terrorismo árabe está más activo que nunca y que no ceja en buscar objetivos en cualquier lugar del mundo. Estos días han sufrido el zarpazo integrista países vecinos, como Marruecos y Argelia, mientras se suceden los crímenes y atentados en Irak y Afganistán.

Al mismo tiempo, en plena recta final de la campaña electoral para las presidenciales, Francia ha extremado las medidas de precaución ante el temor de sufrir un atentado de grandes dimensiones, como ya ocurriera en Estados Unidos, España y Gran Bretaña. No olvidemos que los dos países magrebíes atacados esta semana pertenecen a la órbita de influencia gala y los extremistas gustan de elegir momentos clave de la vida política de una nación para llevar a cabo sus acciones.

Para colmo y por si esto fuera poco, el juez Baltasar Garzón advierte en una entrevista realizada en Barcelona que «en España estamos ante un riesgo muy alto de sufrir un atentado islamista». Una afirmación que nos hace temblar, máxime cuando añade que «no se está haciendo lo necesario en materia de terrorismo». Declaraciones críticas y muy desalentadoras de un hombre que ha conocido de cerca el mundo de la violencia organizada y que debe saber de qué habla. A posteriori del fatídico 11-M comprobamos con desaliento que las fuerzas de seguridad del Estado y los distintos organismos encargados de la lucha antiterrorista apenas habían concebido la posibilidad de que pudiéramos ser objetivo del integrismo islamista y sólo contemplaban la realidad etarra. Ahora nos advierten de que tampoco se está haciendo bastante. ¿Hasta cuándo? El terrorismo, tenga el origen que tenga, debe ser siempre una prioridad nacional.