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A veces lo que parecen buenas noticias a primera vista no son más que la punta del iceberg que evidencia que algo no anda bien. Setenta y cinco toneladas de alimentos procedentes de los excedentes europeos serán repartidos gratuitamente entre las asociaciones benéficas que atienden a 16.000 personas de Mallorca. Podría parecer que es un paso adelante en la lucha contra la pobreza, pero qué visión tan equivocada de la realidad. La simple constatación de que haya en nuestras islas tantos miles de personas que necesitan recibir ayuda alimentaria es un golpe seco que debería dejarnos desvelados.

¿Cómo es posible que en una comunidad como la nuestra vivan nada menos que 16.000 personas (lo que equivale a un pueblo grande) tan necesitadas que no pueden casi comprar alimentos?

¿Y qué decir de nuestras autoridades? ¿Cómo pueden conformarse con recibir los excedentes europeos, como en la más triste época del racionamiento de la posguerra?

Algo no va bien. Está claro. Porque cuando comprobamos a diario que la riqueza crece a nuestro alrededor -se construye sin parar, crecen las carreteras, aumenta el número de coches y de barcos, la gente viaja y consume y vive cada vez mejor-, todavía persisten bolsas de población incapaces de acceder a este bienestar generalizado.

Que el problema existe es una evidencia. Pero también lo es que repartir leche en polvo y galletas que nos envía la Unión Europea no es la solución. Debería golpearnos en el orgullo. Integrar a estas personas en la sociedad y hacerles partícipes de la economía balear es una obligación de nuestros políticos que, inmersos en plena campaña electoral, seguramente preferirán inaugurar instalaciones sin parar antes que pensar en los menos favorecidos.