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En el último día habilitado por Tony Blair para que los líderes de las mayorías católica y protestante del Ulster llegaran a un acuerdo de gobierno conjunto de la provincia británica, se produjo la foto histórica del «sí» protagonizada por el máximo dirigente del católico Sinn Fein, Gerry Adams, y del reverendo protestante Ian Paisley. Todo un símbolo esa instantánea de cohabitación de quienes representan a los que durante décadas fueron enemigos encarnizados -al frente de grupos que hicieron de armas y explosivos la expresión cotidiana de sus ideas-, y que de hecho hasta ayer no habían cruzado nunca palabra pese a ser habitantes de un minúsculo territorio.

Los «irreconciliables» de Irlanda del Norte serán socios parlamentarios para recuperar el autogobierno provincial, suspendido en octubre de 2002 por Londres ante falta de garantías de lealtad de los correligionarios de Adams -el genuino IRA dejó de matar pero no de espiar en sus «dominios»-, y ello seguramente no llega a través de una lógica política aplastante sino del único camino posible para abandonar de una vez las cavernas del odio, que han mantenido al Ulster hasta ahora más cerca de las «razzias» medievales que del siglo XXI.

Y esa inmersión en el arte de lo posible que al fin suscriben los católicos independentistas y los protestantes probritánicos, invita a la reflexión. Es difícil encontrar un parangón con más caídos de los dos bandos en tan mínimo espacio, en tanta promiscuidad. Pero llega el acuerdo entre el iracundo reverendo de 80 años -'El Gran Hombre' para sus fieles- que hace unas semanas aún decía «nunca, nunca, nunca», y el ex combatiente del IRA que se pasó a la política con luz y taquígrafos, y ha sido un notable interlocutor de Blair en su mandato como 'premier' de la potencia colonial.

Que se sepa, es precisamente Blair el principal consejero exterior de Rodríguez Zapatero para lo que denomina «proceso de paz». Un oráculo que nació con el drama del Ulster en las nanas y medio siglo después supo contribuir a su desactivación.