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El vendaval que azotó durante la jornada del lunes la ciudad de Valencia obligó a extremar las medidas de seguridad en la cremà de las fallas de este año, el acto que marca el fin de fiesta. Se cerraron anticipadamente el acceso a las fallas, se suprimieron decenas de castillos de fuego y se retiraron algunas piezas. Aún así, el viento dio una tregua y Valencia «ardió» en toda su plenitud.

Antes de que eso sucediera, concretamente a las 19.00 horas, muchas personas se acercaron a ver la trigésimo primera parada mora de la falla Almirante Cadarso-Conde de Altea, cuyo ninot ha conseguido el indulto en la categoría infantil. Se trata de un desfile sólo de moros que homenajea a la cultura islámica, presente durante seis siglos en Valencia. En él participaron 18 escuadras y siete bandas de música, que ofrecieron un espectáculo lleno de colorido y cargado de historia.

A esa misma hora, se iniciaba la cabalgata defoc, que con 200 demonios recorrió las calles Ruzafa y Colón y finalizó en la Porta de la Mar. Este acto simboliza la llegada del fuego a la ciudad y recupera elementos del patrimonio festivo de Valencia que habían quedado en desuso como las bestias, las águilas o las tortugas.

Tras estos dos actos, era el momento adecuado para contemplar los monumentos falleros iluminados por miles de bombillas y focos que, unas horas después, se volverían oscuridad y cederían el protagonismo al fuego. Las primeras fallas en quemarse fueron las infantiles, entre ellas la de Isabel la Católica. El ritual fallero empieza con un castillo de fuegos artificiales, que se recortaron en algunos casos, y después la fallera mayor y la fallera infantil prenden la mecha de sus respectivas fallas que hace estallar los pertardos que provocan el fuego en el monumento, previamente rociado de gasolina. El fuego no secó las lágrimas de los valencianos sino que las arrancó.