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Si las fiestas de Bunyola siguen así, entrarán definitivamente en el libro de los récords por la cantidad de risas por metro cuadrado registradas en 2006. El motivo fue sencillo, mirarse en ropas menores unos a otros, divertirse, ligar a la vecina y al vecino y no llegar nunca a la línea de meta, por si acaso se acababa el momento mágico de estar en ropa de cama por las calles del pueblo.

Bíceps fuertes junto a pechos expertos y bustos jóvenes frente a barrigas expertas, todos juntos a la carrera desde la barra del bar hasta la plaza y desde allí, lencería y «wonderbra» junto a «meyba» y taparrabos rozando la fina línea entre lo sensual y el cachondeo.

Más de mil personas mirando entre risas y ojitos avizores y muy pícaros, las risas no paraban de unir a los diferentes grupos: la carretilla que pasea a los niñitos: un premio a la original idea y a la valentía de los peques que no lloraron ni con la traca ni con el humo en los talones. Un premio a la simpatía de una rubia con enagua blanca.

Óscar Pipkin