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JUAN RIERA Y PEDRO PRIETO
El «Periódico Quequi» de Cancún publicó ayer en portada y en toda su segunda página el veto que nos impuso el Grupo Barceló para cubrir la fiesta de su 75 aniversario en el hotel I Barceló Maya. Bajo el titular de «Hotel racista», el periódico cuenta la historia de nuestra expulsión y destaca las palabras del responsable de prensa de Barceló: «Sólo admitimos a periodistas mexicanos». El «Periódico Quequi» destaca la presencia en la fiesta del 75 aniversario del Grupo Barceló de personalidades del Estado de Quintana Roo, así como la del presidente Jaume Matas, pero también la ausencia de representantes del Gobierno central mexicano. Y es que el enviado especial del presidente Fox también excusó su ausencia en el último momento. Tampoco acudió el gobernador del Estado de Quitana Roo, Félix González, que envió a un representante. Este hecho extraña mucho a los expertos mexicanos conocedores de los hilos de la política de este Estado.

Quienes sí estuvieron en la fiesta fueron el presidente de la Asociación de Cadenas Hoteleras de Mallorca, Francesc Miralles; el empresario Vicenç Rotger; los notarios de Palma Àlvaro Delgado y Ciriaco Corral; así como Francisco Salas, del Banco de Sabadell; José Luis Asensio, de Caja Madrid; Llorenç Julià, de Sa Nostra; Gabriel Sagristà, de la CAM; José Luis March, de Bancaja; y representantes del Banco de Santander y la constructora Fadesa en Balears. El periódico mexicano indica que los propietarios y directivos de Barceló se vieron sorprendidos por nuestra presencia. No comprenden cómo el Grupo Barceló, que presume de ser mallorquín, prohíbe con cajas destempladas que periodistas mallorquines informen sobre su aniversario. «¿Por qué están tan cerrados? ¿Por qué os tratan así?» nos preguntan nuestros colegas mexicanos.

El hotel Barceló Maya sigue su crecimiento consumiendo nuevas extensiones de selva costera de esta parte de la península de Yucatán. Tapado por vallas que casi no ven los turistas, sigue la explotación de territorio para ampliar este «paraíso artificial» de césped y palmeras donde antes existía un ecosistema único en el mundo de conexiones subterráneas de agua dulce y una gran flora y fauna tropicales. Todo desaparece de forma inexorable al servicio del «todo incluido». En el enorme y deshumanizado complejo Barceló, con cuatro bloques de unas 120 habitaciones cada uno, sólo se utiliza el nombre de la antigua nación precolombina para darle un poco de color a este imparable proceso de estandarización. Así, la guardería del complejo se llama «Miki Maya» o los restos resecos del manglar que quedan en los jardines del hotel se combinan con palmeras importadas de no se sabe dónde o con el clásico césped europeo. La ocupación llega hasta la playa, vetada a todos los que no pertenezcan al hotel. Lo único auténticamente maya son los empleados. Pero la empresa no parece fiarse demasiado de sus trabajadores, que salvo excepciones no tocan el dinero. Comprar un paquete de tabaco en la tienda, u otros productos que están fuera del «todo incluido», recuerda la burocracia de Larra. Si el cliente no quiere que le carguen la factura a cuenta de la habitación y desea pagar los cigarrillos allí mismo, tiene que pedir un ticket y acudir a recepción, abonar el dinero y que le devuelvan este ticket convenientemente firmado y sellado para volver a la tienda a por los cigarrillos o el producto que sea. Eso sí, una cajetilla de rubio vale 48 pesos (4,8 dólares), cuando en una tienda de Cancún se vende por 20 pesos. Todo está montado para que el cliente no salga nunca del complejo. El «todo incluido» gana terreno en el estado de Quequi Quintana Roo, un nombre dedicado a un jefe de los mayas que luchó contra los colonizadores españoles hace siglos.