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Cada vez que un nuevo Ejecutivo sale de las urnas escuchamos la cantinela de la necesaria reforma del ente público Radio Televisión Española, que arrastra desde hace décadas una deuda histórica que nadie ha sido capaz de acotar. Sin embargo, los problemas crecen y los sucesivos gobiernos se pierden en promesas y en buenas intenciones que nunca llegan a materializarse. Hasta ahora, parece ser. Porque el plan de saneamiento que se propone ha encendido la señal de alarma entre los trabajadores, que han iniciado movilizaciones en toda España. En Balears, el centro territorial ha secundado el paro en un 90 por ciento de la plantilla, lo que da una idea del malestar reinante en la entidad. Y no es para menos, porque el plan pretende recortar dos tercios de la programación del centro balear, afectando el recorte en el conjunto de todo el país al 43 por ciento de la plantilla.

En realidad la situación es difícil, desde luego, pero necesaria. Porque la televisión pública, creada en los años cincuenta, se hizo siguiendo un modelo que hoy resulta completamente obsoleto, con una sobredimensión de la plantilla insostenible. Que hay que hacer recortes está más que claro, aunque habrá que hacerlo con sumo cuidado. En Balears, el «Informatiu balear» es ya una institución y a lo largo de su trayectoria ha significado un apoyo profundo e impagable a la cohesión entre islas y a la defensa de la lengua propia.

Pero ello -aquí y en el resto del país- no es óbice para que se racionalice la forma de trabajar, que debe modernizarse necesariamente si pretenden seguir ofreciendo productos de calidad y, sobre todo, de interés público, dejando de lado los programas devoradores de audiencia, absurdos en una televisión pública.