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Cientos de niños se agolpan cada noche en el puerto de Tánger con la esperanza de colarse en el eje de los camiones de carga que atraviesan el estrecho, rumbo al supuesto «paraíso europeo». Algunos lo consiguen, pero son muchos los que fracasan en el intento y mueren. Las paredes de la Asociación Darna, una ONG marroquí con la que colabora el Consell de Mallorca a través del Fons Mallorquí de Solidaritat, están llenas de fotografías en las que se muestran con toda su crudeza los riesgos que ofrece el supuesto paraíso europeo: cadáveres de marroquíes en las playas españolas y caras asustadas de los magrebíes atrapados en sus pateras. Porque lo que pretende evitar esta asociación es que los jóvenes se jueguen la vida para emigrar. «Lo que se intenta es darles una formación y una salida social o laboral que les permita no tener que coger una patera y partir hacia Europa. Y, si quieren hacerlo, como mínimo que, cuando lleguen allí, tengan una cierta formación básica que les abra algunas puertas», explica Catalina Socies, gerente del Fons Mallorquí, que estos días se encuentra en Tánger acompañando a la presidenta del Consell, Maria Antònia Munar, en su viaje oficial.

Munar, que además viaja acompañada por la vicepresidenta del Consell, Dolça Mulet, y el presidente del Fons Mallorquí de Solidaritat y alcalde de Mancor, Bernardí Coll, visitó ayer los tres puntos de reinserción de jóvenes que están siendo financiados por la entidad mallorquina: dos escuelas de formación, para niños y para niñas, y una granja escuela. Un total de 175 niños de hasta 15 años, la mayor parte jóvenes sin hogar o con familias desestructuradas, acuden cada día al centro que la asociación tiene en uno de los barrios más conflictivos de Tánger. Allí son alfabetizados, aprenden corte y confección y un oficio que tanto puede ser de panadero, como de mecánico o carpintero.

Una vez que han pasado este proceso inicial de formación, muchos de ellos acuden a un granja escuela donde pueden aprender a cultivar la tierra, mantener una granja y aprender labores agrarias como la elaboración de queso. Ésta es una buena herramienta para conseguir la reinserción laboral y familiar, ya que muchos de estos jóvenes volverán después a los pueblos de donde salieron un día para cultivar la parcela de tierra de la familia. El tercer escalón del proceso está en la Casa de las Mujeres, un completo centro de formación por el que cada día pasan unas 350 niñas que también reciben cursos diversos, desde educación general, alfabetización, costura, telar... Es una salida a la esclavitud social que provoca ser hija en una familia pobre del campo.